Sinceramente debo reconocer que a los problemas que atañen a Vigo los observo con cierta dosis de subjetiva parcialidad, inevitable en quien está profundamente enraizado, enamorado de la ciudad en que habita. Y por ello me escuece sobremanera el reiterado y consuetudinario desdén de las televisiones para con Vigo, al que apenas nombran pese a que se integre en el top ten de las ciudades españolas.

Se nos ofrece con frecuencia amplios reportajes de tomatinas, batallas de agua o pueblerinos encierros de vaquillas; pero no encuentran, porque no buscan, motivos para hacer referencia a nuestra ciudad; a la que, los que no la conocen, deben considerar como una aburrida y anodina urbe que sentada espera el paso del tiempo. A título de ejemplo me pregunto ¿Cuántos actos procesionales muestra la pequeña pantalla que, ni por asombro, pueden codearse con el de nuestro Cristo de la Victoria?

En el diario y magnífico informe meteorológico de la Televisión Española se muestran múltiples aspectos de las playas mediterráneas y también de las del Cantábrico, pero desde Asturias al País Vasco; mientras la Lanzada, Samil o Playa América, televisivamente duermen el sueño de los justos. Incluso, cuando proyectan el mapa de España, Vigo aparece esporádicamente y al fijar los números de las temperaturas, indefectiblemente, la posición del meteorólogo presentador hace que Vigo permanezca oculto. Naturalmente, no puedo creer que sea algo intencionado, pero sí que puede ser asumido por el generalizado desdén.

The last, but not the least. Este verano seguí disfrutando del marisco, pero una indeseable circunstancia personal me impidió ser espectador del Marisquiño, el fantástico y acrobático evento que, sin dejar de asombrarnos, se ha enraizado profundamente y se consolida cada año atrayendo a multitud de participantes, incluidos campeones mundiales, procedentes de una amplia diáspora de países.

El éxito de la organización y, sobre todo, la pericia y nivel de los participantes se han visto correspondidos por una multitudinaria asistencia, cifrada en unas ciento treinta mil personas, con una muy positiva secuela para los hoteles y comercio en general de la ciudad; justificando cumplidamente los anuales esfuerzos.

Y de nuevo chocamos con el desdén televisivo, ignorando un evento mucho más importante y espectacular que una batallita de tomates o un bombardeo de agua, a los que las cámaras prestan puntual atención. Por supuesto que, en primer lugar, hay que culpar a las televisiones y sus delegaciones de la zona; pero sin obviar el posible tanto de culpa que pueda corresponder a quienes no supieran vender la magnitud de tan singular evento.

Sin paliar el reproche a las televisiones, no podemos resignarnos a aceptar que Vigo siempre supo sobreponerse a cualquier dificultad, luchando contra viento y marea y que, además, el buen paño en el arca se vende. Hay que exhibirlo en el escaparate y publicitarlo en los medios adecuados. ¡Que el próximo año estas quejas no tengan razón de ser!

El fragante desdén televisivo al Marisquiño me abruma por su injusticia, arrastrándome al sacrilegio de emular a Rosalía diciendo: Como mola Vigo, / Como Vigo mola, / do que non e testigo / a tele española.