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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Se aproximan tormentas

Cerca de 6.500 rayos -con sus truenos y centellas- acaban de caer en un solo día sobre este reino según la detallada contabilidad de Meteogalicia, que es el servicio encargado de numerar los relámpagos. Los 6.359 que el otro día iluminaron el cielo de Galicia equivalen a la tercera sesión de pirotecnia natural en importancia desde que el mentado organismo echa esas cuentas, si bien es cierto que solo lo hace desde el año 2010.

Felizmente, a nadie lo partió un rayo ni hay daños que lamentar, como había ocurrido no hace mucho cuando una tormenta de menor intensidad que esta fulminó a siete vacas que pastaban indiferentes a la amenaza de las alturas.

Estos desarreglos del clima suelen ocurrir cuando la atmósfera política está enrarecida. Otra tronada similar cayó sobre Galicia a finales de agosto de 2001, tan solo dos horas después de que el entonces presidente Manuel Fraga -al que no en vano llamaban el Ciclón de Vilalba- anunció una convocatoria de elecciones. Dos mil rayos se abatieron de aquella sobre el país, a la vez que el cielo se desplomaba sobre las cabezas de los gallegos en forma de caudalosa manta de agua.

Casualidad o no, la formidable descarga de relámpagos de estos días coincide también con las vísperas de una votación en Galicia a la que tal vez siga otra en el más dilatado ámbito de España. Entre unas cosas y otras, el ambiente se presenta cargado de electricidad. Parece lógico, por tanto, que toda esa acumulación de tensiones haya estallado de golpe en el estruendoso festival de relámpagos sobre el que dan exacta cuenta los contables de Meteogalicia.

Los disturbios, naturalmente, se producen tan solo en las alturas de los despachos donde los políticos se aplican a la tarea de intercambiarse navajazos por un buen puesto en las listas electorales. Es ahí donde saltan chispas, avivadas por el lógico deseo de hacerse con el momio de un escaño que permitirá a su agraciado el disfrute de un sueldo de varios miles de euros a cambio de unas pocas horas de trabajo a la semana.

Contrasta ese relampagueante clima de alta tensión en los partidos con el sosiego que cualquiera puede apreciar en las terrazas a pie de calle. Al público en general no parecen preocuparle mucho ni poco las pendencias -ya un tanto aburridas- de quienes aspiran a gobernarlo: y quizá se conforme con que no lo alcance alguno de los rayos que saltan desde las alturas del poder.

Una vez constatado empíricamente el hecho de que se vive igual o mejor sin gobierno que con él, la gente se dedica a sus asuntos y hasta ha perdido el interés por los debates en el teatrillo de la tele.

Sobra decir que a los gallegos, en particular, estas vísperas de tormenta política que siempre son unas elecciones nos la traen aún más al pairo que a otros peninsulares. Acostumbrados como estamos a toda clase de diluvios, temporales, mareas negras y vacas enloquecidas, unas simples elecciones no le quitan aquí el sueño a nadie, por mucho que sea el barullo de cuchilladas que montan en su interior los partidos.

La fenomenal tormenta de 6.359 rayos que el otro día preludió los ya inminentes comicios no es en realidad otra cosa que una metáfora de la agitación atmosférica reinante en las camarillas donde se elaboran las candidaturas. Son las tempestades que puedan venir después del voto las que, si acaso, preocupen algo al personal de a pie. Y ni eso es seguro.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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