Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

El Museo de la Ciudad

El descenso de visitantes en los museos de Vigo no responde ni a la crisis ni al desinterés del público por la cultura. Al contrario, las estadísticas demuestran que crece la atracción por los espacios artísticos. Por eso se restringen los accesos en cada vez más lugares para que el enjambre de público no ocasione efectos indeseados. Ya no son solo las cuevas de Altamira las que establecen un "numerus clausus".

Es evidente que aumenta el turismo cultural, y los grandes monumentos y centros con una oferta fuerte se ven invadidos.

En consecuencia, si el publico no crece sino que retrocede, es por la simple razón de que la oferta no es la más adecuada o no despierta el interés mínimo imprescindible para atraer a potenciales visitantes.

Sería pretencioso que un museo "provinciano" -dicho sea sin el menor atisbo despectivo, sino puramente descriptivo, por estar ubicado en provincias-, quiera equipararse a los grandes centros de interés internacional. O donde el público acude atraído por las exposiciones temporales con la obra de algún genio. Ni con ciudades de arraigada tradición cultural, como Toledo.

No. Los museos provincianos tienen las limitaciones propias de su envergadura, pero deben aprovechar sus peculiaridades, lo que los diferencia y aporta valor.

El visitante de estos museos, y en general la gente que se interesa por conocer lo que albergan, no espera encontrar la joya de un artista internacional, cedida por un mecenas.

Espera hallar una panorámica de lo mejor que se haya creado en el entorno y un catálogo de obras de sus artistas reconocidos.

Pero si la ciudad atesora historia, preferirá ver el muestrario de los acontecimientos de todo tipo que la han hecho como es, su patrimonio, las visisitudes, los logros y los personajes que aportaron a su vida cívica, cultural e industrial.

Estamos hablando de un Museo de la Ciudad, que es el que puede atraer a más visitantes y a los propios vecinos.

Cuando en los años treinta se creó el Museo de Castrelos, en el que colaboraron el arquitecto Antonio Palacios, el subdirector del Prado, Sánchez Cantón, y el alcalde de la época, el arquitecto Emilio Urtiaga, se hablaba del museo de la ciudad. Pero en realidad concebían un museo de arte, en un marco tan singular como el pazo Quiñones de León, que contuviese, sobre todo, pintura. No en vano la base museística era el legado de Policarpo Sanz, de más de un centenar de cuadros, y veintitantas piezas del Museo del Prado, en cesión.

A finales de los cincuenta se inauguró la sala de Historia Antigua y Arqueología con las estelas romanas halladas en esa década en la calle Pontevedra, que revelaron la riqueza histórica de Vigo.

Ese pasado tiene un lugar en el Museo de la Ciudad, junto al patrimonio urbanístico e industrial, que admiró a tantos ilustres, el ser puerto de emigración y el universo de personajes que la poblaron y convirtieron en urbe cosmopolita. Y los visitantes. Entre otros, Mata Hari, Trosky o el general Porfirio Díaz, del que algunas biografías ignoran que estuvo en Vigo, donde fue agasajado, y sólo constatan que viajó a A Coruña.

Ese museo tiene una sede privilegiada: el viejo edificio de la cárcel, que es parte de la historia de Vigo, convertido inadecuadamente en Museo de Arte Contemporáneo, no se sabe muy bien por qué, aunque se acertara con el nombre.

Podía habérsele destinado a otro menester, porque ni su arquitectura cuadra con el contenido -todos los museos contemporáneos ocupan sedes futuristas-, ni en la ciudad existía una demanda tan específica.

Como hay ilustres vigueses interesados en mantener un Museo de Arte Contemporáneo, que consideran una señal de modernidad y un orgullo para la ciudad, respéteseles su docta opinión. Pero por concomitancia y afinidad, debería ocupar un edificio moderno, como puede ser el Verbum, otro de los espacios creados al albur.

La mayoría de las actividades que con éxito se realizan en el Marco tendrían perfecta cabida en el Museo de la Ciudad y, por supuesto, el personal que ahora desempeña allí su trabajo, encaje en el nuevo espacio. De suyo, harán falta más especialistas en la red de museos.

No cabe duda de que el Museo de la Ciudad, bien montado, interactivo y dotado con las nuevas tecnologías, en una ubicación tan cardinal como la calle del Príncipe, multiplicará el número de visitantes y cumplirá la función didáctica de enseñar Vigo. Es la oportunidad de que los foráneos disfruten conociéndolo y los vigueses se sientan orgullosos del lugar que habitan.

P. S.

A propósito de la expuesto, ¿qué ha sido del proyecto municipal de "remusealización" y de la creación de comisiones interdisciplinares para presentar propuestas?

Compartir el artículo

stats