Cuando los talibanes destruyeron las estatuas gigantes de Buda de Bamiyan, el mundo civilizado se estremeció. No cabía más barbarie en las mentes de aquellos aniquiladores.

Sólo se explicaba porque eran gentes que pretendían erradicar todo lo que en el mundo existe de belleza y sensibilidad, en definitiva, cuanto sonase a humanidad creativa. Grupos que quieren acabar con la civilización e imponer un mundo de tinieblas, tétrico, en el que estén prohibidos la sonrisa y la vida libre.

Ahora, unos imitadores bárbaros han destrozado, arrasado la sonrisa de Vigo. La espléndida exposición de sonrisas que captó el fotógrafo Javier Teniente, que ha llenado de vida la calle del Príncipe. Sonrisas que simbolizaban el Vigo más acogedor, amable y abierto. La antítesis de la ciudad hosca e irascible que quieren pintar algunos.

Habrá quien piense que la comparación es exagerada, que nada tienen que ver unos modestos paneles fotográficos destrozados a golpes con las centenarias estatuas afganas que requirieron muchos kilos de dinamita para derribarlas.

Pero, salvadas las distancias, la intencionalidad destructiva de la belleza es la misma.

Tal vez difieran en los objetivos. Los talibanes y los yihadistas quieren eliminar la civilización occidental, éstos de aquí se conforman con destruir.

No está claro que odien tanto el modo de vida en el que han nacido, crecido, que quieran hacerlo desaparecer, porque todos son unos mimados en comparación con los del tercer mundo.

Pero en la práctica son tan bestias como los talibanes que, de poder, borrarían hasta las puestas del sol y quemarían los bosques por odio a la belleza, sea natual o de creación humana.

El mundo occidental ha asumido desde los griegos la dialéctica como la mejor forma de discrepar. Pero estos nuevos talibanes, sean menores de edad o mayores, no entienden de inteligencia, sólo les sirve la violencia, la brutalidad.

Por lo que basta de lamentaciones. La sociedad tiene que defenderse contra la incivilidad, y proteger las normas de convivencia que nos han legado las generaciones que nos precedieron.

Si se quiere convertir a la calle del Príncipe en un escenario de cultura, además de su función comercial, debe dotársela de unos sistemas de vigilancia fiables para impedir que los nuevos talibanes den rienda suelta a sus instintos.

La Policía Municipal tiene un buen reto en qué ocuparse: descubrir quiénes fueron los autores del homicidio de las sonrisas de Teniente. De todos ellos: desde que comenzaron a destrozar los paneles a la última y masiva barbarie.

No cabe la transigencia ni la tolerancia con quienes se comportan como vándalos. Que paguen sus culpas. Si son adultos con todas las sanciones legales. Si son menores, que se responsabilicen los padres. Hay ejemplos en abundancia de poblaciones que cargan a los progenitores la deuda de los destrozos de sus hijos. Y que los jueces de menores impongan los trabajos sociales suficientes para ser disuasivos.

Lo que han hecho no es una gamberrada, lo que han hecho es un barbarismo propio de talibanes. Y la calle del Príncipe no es un escenario para bárbaros.