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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Rajoy se concede permiso

Tras hacer esperar una semana a Albert Rivera, el inescrutable Mariano Rajoy dice que le ha pedido autorización a su directiva para negociar con él: y que esta se lo ha concedido. Lo que ha hecho Rajoy es darse permiso a sí mismo atribuyéndoselo a sus subordinados, quizá en la creencia de que no resulta de buen tono alardear del mando.

Del general Franco, que también era gallego y a veces ejercía, se cuenta una anécdota probablemente imaginaria que viene muy al caso. "Aquí no nos dejan fumar", dicen que dijo con suavidad a un ministro recién nombrado (por él, naturalmente) cuando el novato sacó un pitillo para calmar los nervios en el primer Consejo al que asistía. Aquel ministro entonces joven debe estar preguntándose todavía quiénes pudieran ser los misteriosos poderes que prohibían encender un cigarro en las reuniones presididas por el Centinela de Occidente.

Rajoy, que es demócrata pero sobre todo de Pontevedra (o de Santiago, quién sabe), tiende igualmente a hacer creer a los demás que el que manda es en realidad otro.

No es que él no quiera ponerle pausa a las exigencias de Rivera para formar gobierno, claro está. Se trata de que debía obtener primero el permiso de los dirigentes del PP, aunque antes dijese que serían ellos quienes aceptasen o no las condiciones impuestas por el joven líder de Ciudadanos. Por supuesto, no llegó a preguntarles siquiera su opinión sobre el asunto. Lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra.

Acuciado por los impacientes muchachos de la prensa a pronunciarse sobre lo que piensa hacer, ahora que tiene permiso, Rajoy fue igualmente claro. "Podemos aceptar muchas cosas. O no", dijo a propósito de la respuesta que dará a las condiciones de Rivera para apoyar su candidatura a la presidencia del Gobierno. Dicho de otro modo más comprensible: por un lado ya tú ves, y por otro, ¿qué quieres que te diga?

Con un político como Rajoy, que cada día se parece más al legendario Giulio Andreotti, una negociación debe de ser un trance lo más parecido posible a la visita al dentista.

Cuando la otra parte contratante del gobierno cree que la urgencia del momento lo obligará a ceder a un ultimátum, el inexperto Rivera se encuentra a un Rajoy tan pachorriento como de costumbre al que no le corre prisa alguna negociar. Y que ni siquiera sabe -o eso dice- si va a aceptar sus exigencias en todo, en parte, o de ninguna manera. Todo depende, aunque nadie sepa de qué.

La táctica de dejar que sus interlocutores se maceren en la impaciencia ya la había manejado anteriormente el tan mentado Franco. Al general superlativo, o generalísimo, se le atribuía la posesión de una mesa con solo dos cajones en su despacho. En el de la izquierda amontonaba una carpeta de papeles con los "problemas que el tiempo resolverá" y en el de la derecha, otra con la de los "problemas que el tiempo ya ha resuelto". Mal no le fue esa técnica al dictador, si se tiene en cuenta que murió de viejo en la cama.

Rajoy no va tan lejos en su estrategia de la pausa, pero tampoco es menos verdad que las urgencias no son lo suyo. Quizá le haya cogido el gusto a la presidencia en funciones, tan descansada que invita a reengancharse a ella seis meses más.

Como quiera que sea, ya ha dado un importante paso al concederse permiso a sí mismo para negociar el Gobierno. Para que luego digan que no toma decisiones.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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