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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Perich y el conejo Fidel

La preocupación por los incendios no es de ahora. En el inicio de los años 60 el Gobierno de la dictadura difundió a través de la televisión única una campaña de concienciación de la ciudadanía bajo el lema "cuando el bosque se quema, algo suyo se quema". El protagonista de una serie de dibujos animados era el conejo Fidel (de un cierto parecido con el famoso Bugs Bunny) que se esforzaba en apagar los conatos de incendio provocados por la irresponsabilidad de algunos. "No tire colillas sin apagar. Es peligroso", recomendaba Fidel mientras pisaba con las patas de atrás un cigarro arrojado al monte de forma descuidada. "Tenga cuidado al quemar los rastrojos", advertía en otro episodio. Y así sucesivamente.

Ignoro si la campaña de la Dirección General de Montes tuvo o no efectos prácticos, pero era una constante de la política del régimen resolver los problemas con campañas de propaganda y anuncios en los medios (por cierto, una costumbre que todavía permanece). La idea de que el monte era nuestro, y por tanto teníamos que ayudar a cuidarlo, no tenía fundamento y el humorista catalán Perich (1941-1995) se encargó de situarnos ante la realidad rematando el lema institucional "Cuando el monte se quema, algo suyo se quema" con el añadido de "... señor conde", dado que el agro español abundaba más en latifundios que en minifundios. Perich, conviene recordarlo para las nuevas generaciones fue un dibujante humorístico fantástico que hizo felices a sus muchos seguidores en las páginas de las numerosas publicaciones en las que colaboró, entre ellas Hermano Lobo y Por Favor, donde coincidió con Vázquez Montalbán y otros autores imprescindibles del final del franquismo e inicio de la monarquía parlamentaria. El caso es que, aunque no fueran nuestros los bosques que ardían, los sentíamos como propios y nos dolía en el alma contemplar como el fuego avanzaba por el paisaje dejando carbonizado lo que momentos antes de iniciarse era una fronda verde y extensa. Aún recuerdo la desoladora impresión que me causó contemplar desde cerca como en dos días de nordeste ventoso desapareció el extenso pinar que iba desde Ponteceso a la Punta del Roncudo en Corme. Aquel pinar que inspiró a Eduardo Pondal el poema que luego sirvió de letra para el himno gallego, fue sustituido en poco tiempo por un horrible eucaliptal. La hermosa casa del bardo, en las orillas del Anllóns, no ardió, pero podría servir de símbolo sobre la difícil supervivencia de la Galicia que fue en medio de una destrucción que progresa cada año. (En realidad, la destrucción es lo único que progresa).

Encontrar las causas de los pavorosos incendios que arrasan el monte gallego parece tarea complicada. Desde que tengo memoria del asunto, se señaló a las quemas agrícolas para renovación de los pastos, a las venganzas entre vecinos, a los intereses inmobiliarios, a la especulación maderera, a los propios medios de extinción, a los pirómanos e incluso al propósito de desviar la atención de la policía por los narcotraficantes. A ello hay que sumar la atribución a propósitos terroristas con objetivos difíciles de precisar como han hecho las autoridades cuando se ven desbordadas. Falta por añadir a la lista la incompetencia política.

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