Así pues, con casi una cuarta parte de concellos cuya tutela económica ha sido encomendada por Hacienda a la Xunta o que no han entregado al Ministerio sus cuentas, hay que preguntar qué ha pasado con quienes, no ha mucho tiempo, reclamaban la fusión de municipios y la reducción de la Administración Local como remedio a males financieros imposibles de remediar de otro modo. Porque se hagan las cuentas como se hagan, no saldrán; el exceso de gasto -en no pocas ocasiones por el despilfarro- y la reducción de ingresos hacen la vida imposible a muchos y colocan a bastantes otros en el umbral de la quiebra.
Y si se repasa con atención la lista de Hacienda se verá que no son solo esos "de siempre" , los concellos que apenas cuentan con población y por tanto con recursos. Hay otros que hasta hace apenas unos meses parecían el centro de la dinamicidad económica de importantes comarcas gallegas y que en cuanto cambiaron de gobierno están con una mano delante y otra detrás para tapar vergüenzas, y aún así se ven.
Ahora vendrá la comedia, frecuente en este país, que consiste en que los protagonistas de su historia reciente se pondrán -unos a otros- como chupa de dómine y se endosarán culpas y/o responsabilidad. Incluso los habrá que intervengan olvidando que, por ejemplo, hace poco tiempo se movilizaban con engaños y cuentos chinos -como el PSdeG- para oponerse, desde la sinrazón de su falta de argumentos, a fusiones como las de Cotobade y Cerdedo; o proponían fórmulas sin sentido y contra toda evidencia, incluso la geográfica,para contraponer a las de sus adversarios electorales.
Que este antiguo Reino parece "un país sin ventura" -como dijo de España un politicastro del primer tercio del siglo pasado- es un hecho en bastantes cosas más de lo que parece. Pero no por sus habitantes, sino por la falta de sentido del Estado e incluso de solidaridad y moral pública de bastantes de sus referentes, que piensan en trepar para llenar sus faltriqueras a cuenta de los engaños que puedan "vender" a sus clientelas.
Conste que, y es una opinión personal, eso ocurre porque aquí se ha llegado a un estado de cosas en que cualquiera vale para que le den cualquier cargo y muchos de los que están en la política creen que todo el monte es orégano y además les pertenece. Y ya va siendo hora de que la gente, la buena gente del ordinary people, los espabile del mejor modo democrático posible: enviándolos a la calle desde las urnas. Algo que puede sonar demasiado fuerte y hasta excesivo, pero que en realidad, llegados a este punto, es casi lo único razonable que se puede hacer.
¿No?