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tRIBUNA LIBRE

Rivera en la telaraña

En Ciudadanos domina el vértigo de verse atrapados en la telaraña de Rajoy. Las seis exigencias y una fecha que Rivera puso sobre la mesa para un rápido acercamiento previo están atascadas en la red de dilaciones y manoseos torpes que son los rasgos inconfundibles del estilo personal del líder del PP. Hay que ser muy incauto para esperar una respuesta inmediata y diáfana de Rajoy. Acuciado quizá por la impresión de haber entrado en fase menguante, el mismo Albert Rivera que en la pasada legislatura se reveló como un parlamentario ágil y rival nada fácil está mostrando en el inicio de este segundo tiempo rasgos de primerizo -como la sugerencia de que el Rey presione al PSOE para que se avenga a un acuerdo- que delatan la carencia de una reflexión reposada en su partido y el escaso bagaje político de quienes conforman el entorno del número uno de Ciudadanos.

La escena del momento tiene ecos de las partes contratantes de los hermanos Marx: estamos en la fase de negociar las condiciones previas a la negociación.

La respuesta diferida quiebra a Ciudadanos, que recela de la repentina necesidad de Rajoy de escuchar a los suyos. Inasequible a la exigencia social de que las formaciones políticas abandonen su ensimismamiento y desconexión del mundo real, el PP se mantiene como el partido más monolítico de la política española. Los populares han transitado por la compleja coyuntura de los últimos meses sin que desde sus filas saliera una voz más alta que otra. Las discordancias de Aznar o de Esperanza Aguirre están integradas ya en su panorama sonoro como variantes folclóricas.

Por eso inquieta a Ciudadanos que Rajoy convoque, con una calma que congela todas las urgencias pasadas, a un Comité Ejecutivo en el que no hay antecedentes de discrepancia alguna y que hasta ahora solo fue la caja de resonancia de la voz del presidente. Rivera sabe que sin una aceptación clara de sus condiciones se quedaría con la mano tendida en el aire.

Resulta dudoso que, incluso plegándose a lo que exige Ciudadanos, Rajoy fije el miércoles una fecha para el debate de investidura. El líder del PP se resiste a dar el paso de someterse a la evaluación de los diputados sin tener atado que saldrá presidente del debate de investidura. A eso se reduce toda su estrategia.

Rajoy se mueve como si fuera un presidente directamente surgido de las urnas al que el resto de los partidos no dejan gobernar. En una desnaturalización de las bases del sistema, insiste de continuo en que la voluntad de los españoles determina que él gobierne, cuando lo único que han dictado las urnas es que, a priori, se trata del candidato más idóneo para hacerlo. La escenificación de una derrota parlamentaria arruinaría esa ensoñación de presidencialismo para recordarle que la fuerza del jefe del Ejecutivo emana del Congreso.

Rehuyendo ese aterrizaje en la realidad, Rajoy renunció en la legislatura pasada a su papel de candidato preferente. Ahora posterga el momento a costa de pervertir el procedimiento que, con las lagunas legales que han quedado en evidencia, se siguió en todas las designaciones de los presidentes de la democracia. Para prevenir la querencia política por alargar los procesos hasta lo interminable, la fecha del debate de investidura acotaba hasta ahora el período de negociación. Rajoy invierte esos términos en una reforma de facto y no habrá cita en el Congreso hasta contar con todas las garantías de salir a hombros, para lo que no le basta con Ciudadanos. Por eso es muy probable que ni siquiera el sí a Rivera acabe con este tiempo muerto.

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