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Ceferino de Blas.

Las fotos de Murguía

Cuando Manuel Murguía escribía la "Historia de Galicia" requirió la ayuda de un vigués para que obtuviera el "calco" de una valiosa inscripción que aparecía en una piedra. J. Francisco Oubiña, uno de los contados vigueses que figura en el epistolario del historiador y marido de Rosalía de Castro, responde que no sabe el significado del vocablo "calco", pero conoce el de fotografía. Y responde: el "fotografiamento" de la inscripción es posible, ya que en Vigo hay tres fotógrafos aptos para realizar el trabajo. Dicen, precisa Oubiña, que el mejor de ellos es "el hijo del Sr. Buch", a quien puede encomendárselo.

La piedra por cuya inscripción se interesaban, se hallaba cerca de Pontesampaio. Había que actuar con rapidez, ya que podía desaparecer, por ser utilizada como poste de un viñedo u otro menester. Por eso Oubiña se ofrece a acompañar al fotógrafo, si es que Murguía no podía acometer personalmente esa tarea por razones de salud o encomendársela a su buen amigo el impresor y editor del periódico "El Miño", Juan Compañel.

El intercambio epistolar ocurre en 1867, cuando la fotografía era un arte nuevo que estaba al alcance de muy pocos: tener un retrato en casa solo se lo podían permitir los privilegiados.

Repárese en que todavía no había llegado a Vigo Felipe Prósperi, que es considerado como el introductor del arte en la ciudad, en cuyo estudio, ya con su viuda, se formará el mítico primer Pacheco. Y donde la fotógrafo lusa Agarci, "directora artística de una sociedad hispano portuguesa de fotografía", enseña en 1898 "el invento del químico Casanach, para la aplicación de colores".

El ejemplo de los fotógrafos de Murguía es la demostración de que la nueva tecnología había llegado muy pronto a la ciudad. De hecho, en el primer testimonio periodístico que existe, en el apartado de sucesos, se lee que el incendio ocurrido en el edificio conocido como "casa de tócame roque", había afectado a un daguerreotipo, que ya estaba instalado en Vigo en el lejano 1853.

Por eso, el arte de la fotografía, que tan excelentes ejemplos ha dado, está vinculado a Vigo antes que ninguna otra ciudad gallega.

Viene al caso por la inactividad del Centro de Arte Fotográfico, que cumple un año cerrado a la espera de un plan director.

Concluida la obra de este hermoso edificio de la calle Chao, se organizó una aceptable exposición con fotos del Archivo Pacheco, pero una vez clausurada, no ha vuelto a haber ninguna otra. El edificio, como otros centros oficiales, remodelados o de nueva creación, ha entrado en una fase de ostracismo de la que no se sabe cuándo puede salir.

Dentro del proceso de reordenación cultural de Vigo, que debería incluir a todos los museos, la fotografía es uno de los mejores activos, por la tradición, tan antigua como queda expuesto, por la calidad de los artistas que han trabajado en la ciudad, y la obra que han legado.

Es evidente que en el aprecio público la fotografía no está valorada como una de las grandes artes plásticas, la pintura, la escultura. Solo cuando se organiza una exposición con una muestra de época -los años veinte, la posguerra, los cincuenta-, aparece un público mayoritario que le presta atención. Pero en general se la considera un arte menor.

Sin embargo, aunque se haya perdido mucho patrimonio fotográfico, desde los pioneros, la ciudad cuenta con una gran tradición que gira en torno al Archivo Pacheco. ¡Y es lástima que no esté clasificada y digitalizada toda su obra!

El Centro Fotográfico, arquitectónicamente espléndido, a diferencia de como se planteó para albergar colecciones de fotógrafos foráneos, debe dedicarse a los artistas locales, por las razones expuestas: la gran tradición, por los magníficos fotógrafos que ha habido en la ciudad y porque el contenido lo diferencia de otros centros.

Además de los Pacheco está la saga de los Llanos, que también se remonta al siglo XIX, de los hermanos Sarabia, de los gráficos que dejaron su obra en "la Ilustración Gallega y Asturiana", que dirigió Murguía, los de "Vida Gallega, desde 1909, los fotoperiodistas de los veinte, como Ksado y los de posguerra como Siorty, Tomás, Bene, y los contemporáneos, Magar y Camese-lle.

Algunos expertos minusvaloran lo local y prefieren que en el centro se muestren las obras adquiridas en las fotobienales de artistas internacionales como Sebastiao Salgado, Cristina García Rodero o Allan Sekula, pero la tradición fotográfica viguesa en nada tiene que envidiar a ninguna ciudad. Y se diferencia por lo propio.

Ha sido una magnífica idea que dentro del plan de rehabilitación del Casco Antiguo de Vigo se haya dedicado una de estas edificaciones a la fotografía. Encaja con la modernidad de la ciudad y rinde tributo a todos los grandes fotógrafos que ha habido. Pero no puede seguir inactivo.

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