Es casi unánime la opinión de los vigueses de aceptar que tenemos un buen alcalde; opinión compartida por sus correligionarios y por otros muchos a los que las discrepancias ideológicas no le permiten considerarlo el candidato adecuado. Esta paradoja provoca dilemas en muchos ciudadanos; hasta el punto de que firmes votantes del Partido Popular apoyan en las municipales al señor Caballero.

Es una rocambolesca actitud que se justifica al observar que en el platillo positivo de la balanza de nuestro regidor se acumulan hitos tan significativos como el Área Metropolitana, cuyas favorables consecuencias no tardaremos en comprobar; la cesión por parte del Ministerio de Fomento de una humanizada avenida de Madrid, dotando a la ciudad de una entrada acorde con su rango; la pléyade de calles humanizadas, que hacen cada vez más acogedora esta puerta del Atlántico; el excepcional despegue del aeropuerto, que está alcanzando cotas impensables hace un año; el autobús a Peinador, que aunque parezca de menor envergadura, es realmente un logro que, más pronto que tarde, ofrecerá sus dividendos. Y un largo etcétera siempre con el indiscutible protagonismo de don Abel.

Pero ya se sabe que la balanza tiene otro platillo que recoge lo negativo, en el que, en este caso, el señor Caballero, economista al que tal vez una posible deformación profesional le cree un virtual asiento contable que impone equilibrar el Debe con el Haber, deposita impertérrito una indeseable colección de vituperios.

No es la primera vez que traigo a colación el lastre que arrastra el alcalde de Vigo y del que a diario oigo comentarios en diversas tertulias. Me refiero, por supuesto, a su deplorable adición a insultar al rival. En muchas ocasiones en el programa "Vigo de cerca" de Localia y pese a que las interpelaciones vienen cubiertas por un sospechoso manto de alabanza, el señor Caballero, sin venir a cuento, aprovecha cualquier oportunidad para vituperar a algún rival. Diríase que estando degustando unas dulces y sabrosas ciruelas claudias, se esfuerza en introducir algún picante y amargo limón que irrita la garganta. Claro que genio y figura hasta la sepultura y pedir al señor Caballero que abandone su propensión a zaherir puede emular el pedir peras al olmo. Sin embargo, con toda sinceridad y los mejores deseos, me permito resaltar que sería muy deseable que nuestro perínclito regidor consiguiese se diesen la mano la firmeza y la tolerancia, los puntos sobre las íes y la respetabilidad, porque de lo que no puede haber dudas es que, cuando se negocia para conseguir algún objetivo, resulta mucho más efectiva la palmada en la espalda que la patada en la espinilla.

Airear este punto negro de su talante no implica que se pretenda que deje de poner los puntos sobre las íes en defensa de sus convicciones y modo de actuar, pero si que se haga sin superar la línea roja de respeto a los demás. Y me consta que esta opinión mía es compartida por multitud de ciudadanos que, obviando credos políticos, la mantienen por encima de sus posiciones ideológicas; conscientes de que hay parámetros que la sensatez no puede rebasar.

Con todo respeto me atrevo a solicitar una sincera reflexión a quien, en cualquier caso, presenta un favorable balance, porque aunque sea indudable el lastre a que vengo haciendo referencia, es justo reconocer que al otorgarle las urnas una inédita mayoría absoluta, han certificado que tal lastre no tiene enjundia suficiente para oscurecer la brillantez de una gestión a la que puede vaticinársele un prolongado recorrido. Malo será.