Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Galicia, a punto de quema

Comienzan a arder los montes de Galicia bajo el calor que en este verano viene por olas, como las mareas; aunque lo raro en realidad es que las llamas no hayan prendido antes. Una regla citada a menudo por quienes saben de esto sugiere que cuando se juntan temperaturas de más de treinta grados con vientos superiores a los treinta kilómetros por hora y bajos niveles de humedad, lo normal es que los árboles se abrasen. Y quizá estemos rondando ese punto de ignición, o de quema.

Los calores inusuales de estos días recuerdan a los que hace ahora una década propiciaron una de las más devastadoras oleadas de incendios sufridas por este viejo reino, tan abundante en lumbres de verano.

En aquel bochornoso año 2006 ardió, según la contabilidad oficial de entonces, cerca de un tres por ciento de la superficie forestal de Galicia. De momento no hemos llegado -ni de lejos- a aquel fenomenal porcentaje de devastación; pero la experiencia y la Ley de Murphy invitan a ser cautos en estas cuestiones.

Los récords están para ser rotos, como suelen decir los deportistas; y por si eso fuera poco, el mentado Murphy sostiene que toda situación desesperada es susceptible de empeorar. Si a ello se añade que la Historia funciona por ciclos y ahora se cumplen justamente diez años de la última gran churrascada forestal, las razones para la aprensión están más que justificadas.

Hay quien atribuye los sofocos de este verano al cambio climático y quien ve su origen en la corriente de El Niño. Cualquiera que sea el motivo, la consecuencia es que los termómetros se han venido arriba como nunca y, a mayores, el calor empieza a encontrar un aliado en el viento que se encarga de esparcir las llamas.

Aun así, la causa necesaria y principal de los incendios sigue siendo esa variante de pirados que hemos dado en llamar pirómanos. Son, por lo general, tontos con mechero que disfrutan dándole candela al bosque para satisfacer su complejo de Nerón mediante el placer vagamente onanista de la contemplación del fuego.

Poco puede hacerse para prevenir este tipo de contingencias. A diferencia del malvado, que suele librar los fines de semana, el bobo y/o el maniático jamás se dan un respiro. El pirómano prende imparcialmente fuego a los árboles en cualquier fecha, ya sea día laborable o festivo; y de hecho solo se retira a sus cuarteles de invierno cuando las lluvias limitan su actividad profesional hasta el punto de hacerla imposible.

Tal vez sea esa la razón que hace tan complicada la lucha contra el fuego incluso en un lugar de tan probada experiencia y disposición de medios como Galicia. Por mucho despliegue que hagan los gobiernos, al final surge el imprevisible factor del tonto con mechero para mandar al garete todas las políticas de prevención.

Queda, naturalmente, la opción de prohibir por decreto la existencia de los tontos (con mechero o sin él); pero eso sería una tontería, lógicamente. Y además, resultaría un empeño de dimensiones ciclópeas en un país como España, donde los locos circulan con toda naturalidad y no es infrecuente que los tontos asciendan a los más altos puestos del Estado, apoyados por el voto del público.

Mejor será confiar, como cada año, en que los calores bajen, el viento amaine y las nubes descarguen la ración de lluvia necesaria para refrescar los montes. La estrategia puede parecer simple, pero nunca falla.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

Compartir el artículo

stats