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Santísimo Cristo "de la misericordia"

"Mamá, que dijo el Papa que este año a la caridad le tenemos que llamar misericordia". Así resumía y explicaba una niña, al volver de la catequesis, la movida que organizó el papa Francisco convocando el jubileo extraordinario de la misericordia que este año santo estamos viviendo en la Iglesia. Todo un año para descubrir y entrenarnos en la vivencia de la misericordia, que ha de ser preparación preolímpica de lo que luego tiene que durarnos la vida entera.

¡Casi nada eso de descubrir y vivir la misericordia! Y vaya tino el de la criatura, o quizá de la catequista, que dice que dijo el Papa que caridad también es misericordia. Pena de no haber oído antes Benedicto XVI esa expresión infantil, para incluirla en su primera y luminosa carta "Deus caritas est" (Dios es caridad) y enlazar de ese modo con la sugerente intuición de Santo Tomás de Aquino que asegura que "lo más propio de Dios es la misericordia" pues en ella muestra su máxima omnipotencia. Porque el ser divino todopoderoso no es devastador ni apabullante sino que es cercanía, abajamiento y ternura cordial. Ese es el primero e imprescindible descubrimiento para entender este jubileo de la misericordia: que Dios es cercano, amable, perdonador, que no echa en cara como el buen padre lo que haya pasado antes, sino que le preocupa el ahora mismo como inicio del futuro. Porque Dios es, y no puede dejar de ser: amor, caridad, misericordia.

Pero también habrá que ahondar, y ese será el segundo descubrimiento, en que la misericordia de Dios se nos ha desvelado o manifestado, revelado, en Cristo en toda su plenitud. Él es el icono visible del ser divino, la trasparencia luminosa de la misericordia del Padre. Nosotros hemos visto la misericordia divina, diría san Pablo, en que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo hizo propiciación por nuestros pecados; y lo entregó por nosotros, que en sus llagas fuimos curados. La vida entera de Jesús de Nazaret pero especialmente el misterio pascual de su pasión-muerte-resurrección son la visualización terrenal de la caridad-misericordia divina. La cruz de Cristo muestra así la plenitud del amor redentor y misericordioso de Dios para con todos los hombres. Ahí está, en la Cruz, la victoria sobre todo pecado, la muerte, el desamor, el odio, la maldad, la inmisericordia. La victoria de Cristo resucitado es el triunfo de la misericordia y el perdón sobre el odio, la violencia, la hipocresía, el egoísmo?y es semilla de una nueva civilización de hermanos que viven en amor y misericordia. Por eso a nuestro Cristo de la Victoria este año queremos llamarle "el Cristo de la misericordia": pues hemos visto cómo la ha derramado sobreabundantemente en nosotros en tantas ocasiones y le pedimos nos ofrezca oportunidades de mostrársela nosotros a los demás.

El tercer escalón de este cursillo para aprender a ser misericordiosos como lo es el Padre-Dios consiste en imitar el modo de ser de Jesucristo. Porque Cristo es el espejo en el que hemos de mirarnos sus discípulos para repetir su estilo de vida, adaptándolo a las circunstancias y necesidades de cada época de la historia humana. Estos modos prácticos, ya muy experimentados desde los orígenes del cristianismo, los llamamos en la teología moral católica "obras de misericordia" y son los movimiento del corazón que empuja a los discípulos de Cristo a movilizarse a favor de los sufrientes, necesitados, marginados, siendo cordiales con los afectados por la miseria física, psíquica, moral o espiritual. Que no otra cosa es ser "miseri-cordes", de corazón amable con la miseria del otro: dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, cuidando al enfermo, hospedando al peregrino, enseñando u orientando al que no sabe, disculpando y corrigiendo al que yerra, perdonando las injurias, consolando al triste? y cuantos mil modos tiene de manifestarse la debilidad y miseria humana.

Amigo lector, déjame que te invite a que esta tarde, cuando caminemos entre la multitud abigarrada, con la cruz personal de las miserias físicas o espirituales, pidamos mirando al Cristo: "Muéstrame Jesús cada día tu misericordia". Pero no olvidemos luego, en ninguno de los días del resto del año, que el que hoy vemos disfrazado de Cristo de la Victoria se nos presentará escondido en el enfermo, el preso, el marginado, el triste, el refugiado. Es el Cristo de la misericordia que nos dice: "Lo que hicisteis a estos a mí me lo hicisteis". Y por ahí irá, amigo, al caer de la tarde de la vida el temario de nuestro examen final. Que lo pasemos.

*Sacerdote y Periodista

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