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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La paradoja de Rajoy

Rajoy le cae simpático a muy poca gente, lo que no impide que haya sido a la vez el candidato de la lista más votada en las tres últimas elecciones. Es uno de los enigmas y paradojas en los que abunda el personaje que se ha construido.

Las encuestas oficiales le negaban el aprobado incluso en vísperas de su sobrada mayoría absoluta en noviembre de 2011, cuando el público votante lo calificó con apenas 4,43 puntos sobre 10. Estaba el ganador por debajo de una aspirante tan poco sexy como Alfredo Pérez Rubalcaba; y desde entonces no ha parado de bajar la nota, que hoy se sitúa en un descorazonador 2,89.

Parece normal, por tanto, que al presidente en funciones le haya tocado el papel de fea del baile en la nueva danza de candidatos para formar gobierno. Nadie quiere saber de ella: y cuando los pretendientes acuden a cortejarla obligados por las normas sociales y constitucionales de la fiesta, lo hacen para decirle que no.

No faltan siquiera en su propia familia -política- quienes vean a Rajoy poco agraciado y preferirían poner a otro u otra en danza para ver si así se ablandan los aspirantes a contraer matrimonio de conveniencia con el PP. O a formar cuando menos pareja de hecho que permita gobernar a los conservadores en minoría.

Sostiene particularmente esta demanda el jefe de la menguada tropa de Ciudadanos, Albert Rivera, empeñado en que un mutis por el foro del actual presidente es condición previa para que su partido haga migas con otro candidato conservador.

Lo malo es que esta propuesta viola el principio básico de cualquier estrategia -tanto da si política o militar- que, como se sabe, consiste en no hacer nunca aquello que tu enemigo pretende que hagas. Un error garrafal si uno ha de enfrentarse a Rajoy, político de talante oriental y algo zen que a menudo parece inspirarse en la famosa máxima que escribió el chino Sun Tzu en su reputado Arte de la Guerra: "Aparenta inferioridad y estimula así la arrogancia de tus adversarios".

Los otros dos -Sánchez e Iglesias- entienden que se trata simplemente de una incompatibilidad familiar y tanto les daría que el candidato fuese Rajoy, Soraya, Feijóo o algún tapado que el PP pudiera tener por ahí. No quieren tratos con la familia popular, y punto.

De este modo, la paradoja del impopular Rajoy que ha ganado tres elecciones al frente del Partido Popular alumbra inevitablemente otra contradicción. La de que todos (excepto el presidente) tiemblen ante la mera posibilidad de unos nuevos comicios que, sin embargo, parecen el único desenlace razonable si los tres pretendientes de la oposición insisten en desdeñar a la fea del baile.

Consciente tal vez de que no va a ser el más perjudicado si tal eventualidad se produjese, Rajoy ha dejado caer que habrá nuevas elecciones en el caso de que no encuentre pareja de danza gubernamental. Y por no aclarar, no aclara siquiera si presentará su candidatura ante el Congreso, bajo el castizo argumento de que si hay que ir, se va; pero ir para nada es tontería.

Mucho es de temer que la paradoja deban solventarla los que se niegan a deshacer el nudo liado por los electores alegando -con toda razón, eso sí- que el aspirante a presidir el Consejo de Ministros es un gobernante muy poco popular. Pero también, ay, el que saca más votos. Paradójico país este.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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