"¡Quién supiera escribir padre cura!," fue el lamento de una enamorada doncella que inmortalizó Campoamor. Yo, mucho más prosaico, lo emulo con "¡quién supiera poner en negro sobre blanco la iracunda perplejidad que producen ciertas declaraciones políticas!". Absurdas y dolosas se amparan en la ley del embudo, sin que aflore el rubor por rendir culto a la innegable discriminación que ello supone.

Recientemente oí en televisión a una portavoz socialista exigiendo que, si Rajoy no se presenta a la investidura, tendría que dimitir de inmediato. Una opinión, que careciendo de apoyo legal, permite concluir que no es de recibo tal pretensión si se sabe de antemano que la deseada investidura está condenada al fracaso y podría considerarse una necedad que no conduce a ninguna meta positiva; por lo que se podría sospechar que únicamente se pretende que se materialice el fracaso del Sr. Rajoy para maquillar el masoquista fiasco de Don Pedro en la anterior ocasión.

Al propio tiempo, la ley del embudo le permite ignorar la petición de dimisión para el secretario general de los socialistas tras deslizarse con aceleración por el tobogán del fracaso, alcanzando el histórico récord absoluto del declive de su partido y negándose a seguir el honroso ejemplo de su antecesor que al ser derrotado, pero consiguiendo 111 escaños frente a lo 85 del Sr. Sánchez, no dudó en poner su cargo a disposición del partido.

También parece jugar con la ley del embudo el Sr. Rivera, de Ciudadanos, porque habiendo empeorado sus resultados, hasta quedarse con solo 32 escaños, en lugar de plantearse dejar paso, pretende erigirse en el árbitro que determine el arrinconamiento del Sr. Rajoy, precisamente el que ha incrementado su considerable ventaja hasta contar con 137 escaños. ¡Los pájaros tiroteando a las escopetas!

Al margen de estos burdos manejos de la ley del embudo, es unánime la opinión de que urge formar gobierno; especialmente para poder aprobar los presupuestos y para empezar a cumplir las normas impuestas por Bruselas; pero la lógica no puede admitir que se impute la responsabilidad de formar ejecutivo al partido que quiere formarlo y no se haga lo mismo con los que impiden esa formación. Un muñeco del ventrílocuo José Luis Moreno hubiera dicho "me lo expliquen" ; y yo quiero que me lo expliquen sin boutades demagógicas que, mareando la perdiz, no resuelvan las dudas. En cualquier caso, difícil explicación, pretendiendo hacernos comulgar con ruedas de molino para que aceptemos como algo normal que se pueda simultanear la pretensión de dirigir la oposición y el impedimento a que forme un gobierno al que oponerse. Nefasto perro del hortelano.

Es indudable que si no se da un firme giro hacia la cordura se nos va a castigar con un nuevo encuentro con las urnas, de cuyo fatídico y no deseado supuesto no podrá culparse al Partido Popular, que se está esforzando en formar ejecutivo. La culpa debe recaer en los que impiden que se pueda formar; a los que, además, los comicios pueden pasarle factura.

Es imprescindible un ejercicio de sensatez y responsabilidad política, tal como acaba de expresar Felipe González, ejemplarizando la valentía, la honestidad y su contrastada categoría de estadista. Y puede afirmarse que ha hecho público el sentir de los pesos pesados de una histórica y acreditada formación política.