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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Cuando el papel es higiénico

En un comentario anterior (El estreñimiento nacional), habíamos dejado a don Mariano Rajoy haciendo esfuerzos para dar salida al enorme atasco institucional que impide la investidura de un nuevo presidente del gobierno, cuando nos llega la noticia de que los gallegos son los ciudadanos que más gastan en papel higiénico (96,4% de hogares y 30,37 euros de media por hogar). Muy por delante de vascos, catalanes y valencianos, aunque esas tres nacionalidades consumen papel más fino y más suave al roce con hasta dos, tres y más capas de textura.

El dato que nos proporciona el estudio de una empresa fabricante invita a una mínima reflexión sobre el asunto. Consumir más papel no quiere decir limpiar mejor ni más intensamente e incluso podría interpretarse como un innecesario derroche que no encaja con las políticas de austeridad que hemos aplicado estos años a casi todos los sectores de consumo. Aparte, claro está, de la agresión innecesaria al medio ambiente que supone lanzar cañerías abajo una cantidad exagerada de material celulósico y de aguas fecales, porque los pequeños atascos domésticos suelen resolverse tirando con más frecuencia de la cisterna. Con todo y eso, hay que felicitarse del avance que en la higiene de la ciudadanía del Estado representan esos índices de consumo.

Cuando el que suscribe se iniciaba en tareas periodísticas, ya más que mediado el pasado siglo, la mayoría de la población no disponía de retrete y era costumbre, sobre todo en el rural y en las afueras de las poblaciones, echarse al monte para evacuar alguna urgencia digestiva y luego limpiar el tafanario con hierbas o con hojas de plantas; y si había suerte y era la estación adecuada para ello, con hojas de maíz. Cuando no sumergir la popa en el río o en el mar, porque la corriente se lo lleva todo. De entonces acá, algunas cosas han mejorado, aunque hubo periodos intermedios asquerosos en la evolución hacia la civilidad.

Los que tengan cierta edad recordarán el lamentable estado de conservación de los servicios públicos en bares y gasolineras en los que casi había que entrar protegido con ropa de trabajo de pocero y con una pinza en la nariz para combatir el intenso olor a mierda y amoniaco. Unos servicios en los que no se podía apoyar la mano en las paredes, que estaban pringosas. En la mayoría, no había rollos de papel higiénico, porque la gente los robaba, y la limpieza se encomendaba a unos trozos de papel de periódico clavados en una punta herrumbrosa.

Afortunadamente, las condiciones higiénicas han cambiado para bien y en la mayoría de las estaciones de servicios los aseos están perfectamente limpios y, en algunas, hasta hay duchas para uso de los clientes, especialmente de los transportistas, que antes no disponían de un mínimo de comodidades para aliviar un oficio tan duro. Yo recuerdo verlos, grandes como los osos, refrescarse muy de mañana en los lavabos de las gasolineras después de dormir no muy cómodamente en la cabina del camión. Hay que alegrarse, por tanto, de que los gallegos sean los que más papel higiénico consumen. Puede que no sean los más ricos, pero al menos son los primeros en dar lustre en salva sea la parte.

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