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Arte internacional en Tomiño

Confiesa mi amigo, que ahora tengo de culto espía por Tui y aledaños, que en sus escasos momentos de abatimiento no recurre al Libro del desasosiego, del gran Fernando Pessoa, muerto de cirrosis hepática allá por 1935. Cuando la murria se apodera de él y le acosa la melancolía, como un Joseph Conrad cualquiera va tierra adentro en busca de productos de la mar (valga el oxímoron). Como un aventurero doméstico se acerca al Mercado Municipal de Tomiño, un ejemplo de rehabilitación a cargo de Chao Quintana González, ubicado en la rediviva Praza do Seixo, obra de Tito Cendón, engalanada con esculturas en piedra del portugués Vitor Reis, el estadounidense Batu, el mexicano Jorge Elizondo, el italiano Gheorgi Filin y el bielorruso Kopach.

¡Vamos al mercado!

En esa plaza de abastos te topas de bruces con el puesto de Narcisa Priego, referencia obligada desde 1940, con origen en A Guarda (donde también atienden a la concurrencia marinera). A la pescadería tomiñesa de Narcisa, comandada por sus nietos Paco Priego y Ana Castro, acuden clientes desde Tui y el norte de Portugal. Con vivero propio, sólo trabajan productos salvajes (nada de piscifactoría) traídos de las lonjas de Vigo y A Guarda. Qué gusto ver cómo preparan el género, con qué mimo despiezan y filetean esos pescados de ojos vivaces y una piel de brillo inusual! Otro puesto que no pasa desapercibido es el de la carnicería de Ana Vicente Álvarez, donde se adquiere vacuno de calidad. A veces matan reses propias. No escribiré sobre el tan manido y manoseado binomio calidad-precio, pero no pierdan de vista el solomillo de ternera, se corta con cuchara.

Para endulzarnos la vida

Si no estás lejos, en A Guarda (aunque no soy nada dulcero), no puedes privarte de la rosca de yema de la Pastelería Montserrat, un clásico desde 1956, fundada por el padre de José Manuel Alonso Alpuin, actual propietario. Y si usted incierto lector es un glotón irredento, no deje de hacer un alto en la Panadería Currás (desde 1934) en el término de Tomiño, en manos de Juan Carlos Fernández Fernández, donde también sobresalen las roscas de yema y nueces, que habrían hecho las delicias del exquisito Proust, sí el de las magdalenas.

Y Tui de estrellas Michelín

Durante el trayecto dejas atrás algún que otro indicador de furancho. Pero para mitigar la canícula nada mejor que tomar asiento en la terraza del restaurante Silabario, en el Hotel Colón (Tui), cuyo responsable es el joven jefe de cocina Alberto González Prelcic, discípulo de Pepe Solla. Y por si refresca, Alberto, con una estrella Michelín a su espalda, también ideó La Pizarra de Silabario, en los bajos del mismo hotel, para tapear de un modo nada convencional. Así evitaremos todo tipo de emociones, desgarros o sentimentalismos banales. Amén.

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