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Ceferino de Blas.

La cátedra de Saramago

La Universidad de Vigo acaba de crear una cátedra dedicada al escritor portugués y premio Nobel José Saramago. Aunque es preferentemente científica, y debe seguir siéndolo para mantenerse en los puestos altos del prestigio internacional, conviene que la Universidad no olvide las humanidades.

La ciudad ha cultivado desde antiguo las letras, y hay ejemplos de magníficos escritores que lo avalan, como Luis Taboada, el mejor prosista festivo de su tiempo, o el malogrado Vesteiro Torres.

Fue más lugar de acogida de literatos y pensadores, que llegaban a recalar, y se convertían en vigueses, que hogar de nacimiento, pero es indudable que desde mediados del XIX ha mantenido esa llama encendida, que pasa por el periodismo.

En Vigo nació el diario que ostenta el decanato de la prensa española, y desde entonces es tierra abonada para que surgieran incontables periódicos y revistas, algunos de gran prestigio.

Esa proliferación supuso la convergencia de periodistas y escritores, muchos vigueses, cuyos nombres solo son familiares para los historiadores, pero que gozaron de notoriedad en la Galicia de su tiempo: Posada Pereira, Neira Cancela, Ruiz y Enríquez, Luís Mestre, Hipólito León, Pío Lino Cuiñas, Jaime Solá.

En fin, que la cátedra de Saramago no surge por generación espontánea sino que entronca con la tradición literaria y periodística vigesa -no se olvide que ejercicio el periodismo durante años y fue subdirector del lisboeta "Diario de Noticias"-, y bienvenida sea.

Vigo muestra a Saramago mayor afecto que aprecio parecía sentir el escritor hacia la ciudad. En uno de sus diarios ("Cuadernos"), y al hilo de una visita, Saramago se expresa con mejorable consideración sobre Vigo.

Le ocurre lo que a Torrente Ballester, vecino en dos ocasiones, una en la calle de Urzáiz, como consta por la placa que luce en el edificio. De Vigo recibió los mayores elogios, durante la etapa, entre 1964 y 1970, en que escribió en este periódico sus seguidísimos "A modo". Sin duda uno de los periodos de articulista en plenitud y más brillante.

Don Gonzalo nunca olvidó la anécdota que le ocurrió de joven cuando residió en Vigo por primera vez. Decía que solo se vendían en la ciudad dos ejemplares de la "Revista de Occidente", la publicación de Ortega y Gasset. Uno lo compraba él y el otro, un suscriptor cuyo nombre nunca supo.

Elevaba la anécdota a categoría, y sacaba la conclusión de que la ciudad, entonces de cien mil habitantes, no tenía la suficiente categoría intelectual. Era su deducción de que solo hubiera dos vecinos interesados en el pensamiento filosófico e intelectual en boga.

A Saramago posiblemente le influyera otra anécdota, a la hora de escribir su reflexión en los "Cuadernos". Había venido a Vigo a dar una conferencia, y se le ocurrió visitar librerías de la ciudad para hacer regalos con alguno de sus libros. En mala hora, porque en dos librerías que visitó no encontró el libro que buscaba para una atención especial -no era de los más conocidos- aunque acabó apareciendo. Pero cuando fue a obsequiar con otro de sus títulos a un conocido de circunstancias, este, con mínimo tacto, le respondió que ya lo había leído, y le pidió el que tanto le había costado hallar, para fastidio del escritor.

Saramago no era el prototipo del portugués circunspecto. Era directo. Cuando le llevaron a un restaurante de nueva cocina, se las arregló para indicar que lo que le gustaba era la comida tradicional, y mejor que nada un bacalhau.

En resumen, de aquella visita, no parece que se haya llevado la mejor impresión de Vigo, "una ciudad pequeña", aunque lo haya tratado bien. Llenó el auditorio del García Barbón, el público siguió con respeto su conferencia y le demostró admiración con una salva de aplausos.

Ahora, Pilar del Río, su mujer -inteligente, comunicativa, jovial-, acaba de tomar posesión en su nombre de la Cátedra Saramago en la Universidad de Vigo. Se lo merece el gran escritor luso, a pesar del episodio de los libros, que tal vez condicionase su percepción de la ciudad.

Las anécdotas más que un reflejo de la realidad, solo son un rasguño de ésta. En cualquier caso no se le puede negar a Vigo el buen gusto de reconocer los méritos ajenos.

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