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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Teatralización del terror

La teatralización deliberada del terror aterroriza todavía más que el propio acto terrorista. Y ya no digamos su inmediata difusión urbi el orbe por los medios de comunicación de masas. Los terroristas modernos lo saben y combinan perfectamente actos de la antigua crueldad, como el uso de cuchillos para rebanar el cuello de las víctimas, con el hecho morboso de grabar esas horribles imágenes en vídeo y luego colocarlas en las redes sociales para adquirir rápida notoriedad mundial y asustar a la audiencia. "En cuanto acabemos con estos, vamos a por vosotros", parece ser el mensaje.

Por supuesto, eso no es cierto en la práctica porque, el margen del espanto que toda esa violencia provoca en los espíritus sensibles, cualquier acto de terror que provenga de un pequeño grupo está condenado a estrellarse contra la coraza institucional de cualquier estado medianamente organizado. Y ya no digamos si el desafío se lanza contra una coalición de estados que cuentan con potentes ejércitos y bien dotadas fuerzas policiales, y además funcionan en coaliciones militares de influencia planetaria como la OTAN. Todo ello, sin descartar, por supuesto, que la acción terrorista provoque tensiones políticas en el interior de la nación, o naciones afectadas, y sirva de pretexto para restringir libertades o justificar el incremento del gasto en defensa.

En España, por poner un ejemplo, tuvimos el caso de ETA que condicionó, en mi modesta opinión para mal, la evolución de la democracia española impidiéndole superar más rápidamente los malos hábitos políticos heredados de la dictadura. Digo lo que antecede, después de saber que unos supuestos terroristas del llamado Estado Islámico, entraron en una pequeña iglesia de Francia y degollaron a un anciano sacerdote que estaba diciendo misa ante un reducido numero de personas. Los terroristas, nos cuentan los medios, hicieron arrodillarse al cura y luego le cortaron el cuello mientras grababan en vídeo el asesinato se supone que con ánimo de difundir la salvajada. Poco después, la policía, alertada por uno de los feligreses que consiguió escapar, mató a tiros a los terroristas que, al parecer, no portaban otras armas que los cuchillos. Fuera de la polémica política que tiene lugar en Francia sobre la eficacia de la policía al saberse que uno de los asesinos portaba una pulsera electrónica de control como sospechoso de posibles vínculos con organizaciones subversivas, la atención de los medios se centra en la condición de religioso de la víctima escogida lo que parece suponer un intento por parte de los terroristas de situar a la Iglesia Católica entre los enemigos a batir. Una peligrosa provocación polémica que ha tratado de evitar el papa Francisco al condolerse de la horrible muerte del sacerdote sin aludir al supuesto carácter islámico de sus asesinos. Línea de prudencia que, más tarde, siguió el L´Osservatore Romano al aludir al "odio sembrado para fomentar el enfrentamiento entre culturas y religiones agitando fantasmas del pasado". Pero no en todas partes gustó la reacción oficial de El Vaticano. En más de una tertulia de la radio española he oído críticas al papa Francisco (el "Papa peronista", como le llaman algunos) por lo que se entiende una reacción timorata y escasamente belicista. Quizás esperaban que hiciese un llamamiento en favor de una nueva cruzada.

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