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cien líneas

Río negro

La purga olímpica, disfrazada de castigo al dopaje de Estado de Rusia, es más que alarmante

Los Juegos Olímpicos están tan cargados de buenas intenciones como de líos.En todo caso, funcionan tal que una gran antena.

Tras la I Guerra Mundial a los perdedores se les negó la participación. Y a la URSS de Lenin y epígonos. Después de la segunda gran conflagración global los derrotados no fueron invitados. Y la China maoísta se quedó fuera porque el país majo era Taiwán. Con el tiempo, los racistas de Sudáfrica ocuparon la casilla de los apestados oficiales y cuando los bolcheviques invadieron Afganistán el mundo libre, encabezado por EE UU, boicoteó la cita de Moscú.Cuatro años después los chicos del pacto de Varsovia devolvieron la patada en Los Ángeles.

Lo dicho, política por los cuatro costados aunque el manual de uso dice que se trata de hermanar a los pueblos y las naciones.

A lo que iba. La recientísima exclusión de los atletas rusos -que se puede extender a toda la delegación- de la cita en Río de Janeiro está cargada de señales gravísimas.

Quien se crea la teoría del dopaje de Estado allá él. Lo habrá habido y lo hay pero también en otros países. No es esa la cuestión. Ni remotamente.

El golpe es típico de la guerra fría pero con agravantes porque no se trata de una respuesta a determinada acción hostil del enemigo, sino una iniciativa agresiva salvo para los que comulguen con la milonga del dopaje de Estado.

Quiero decir que el planeta está cruzando por un proceso de desestabilización brutal. Hay mil pistas. A diario se ven y sufren. La señal olímpica va en esa línea y da miedo.

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