Para tratar de entender y solucionar los problemas que contienen una cierta complejidad -terrorismo o conflicto racial, por ejemplo-, es conveniente conocer su origen. Los titulares de los mediáticos acontecimientos con los que un día nos despertamos (intento de golpe de estado, atentando en una playa, tiroteos contra policías) no son más que capítulos de un extenso libro elaborado por múltiples autores, quienes, como es lógico, tienen diversos intereses. Detrás de cada acción puede esconderse una narrativa personal o colectiva, deliberadamente falsa e ingenuamente asumida, que pretende ocultar una realidad incómoda. ¿Por qué mataron a esos policías en Texas y en Luisiana? ¿Por qué existen tantos casos de brutalidad policial? ¿Es Estados Unidos un país dividido? Cuando solo obtenemos información superficial, nuestras reacciones tienden a ser frívolas; el desconocimiento, además de temor, provoca confusión y odio. Por eso Muerte en el guetto, de Jill Leovy, editado en España por la editorial Capitán Swing, es un libro importante.

Con la precisión de un informe policial, la destreza literaria de James Ellroy y la tenacidad periodística de David Simon (creador de The Wire), la reportera de Los Angeles Times, investigando las vidas de asesinos, víctimas, testigos y agentes de policías en la zona sur de Los Angeles, así como recurriendo a obras de antropología e historia política y jurídica de Estados Unidos, intenta explicar por qué existe una "epidemia de asesinatos de negros contra negros" en el país. "Eran las personas heridas con más frecuencia y gravedad. Solo el 6 por ciento de la población del país, pero casi el 40 por ciento de los asesinados", escribe la autora. El libro presenta la siguiente tesis: "Allí donde el sistema de justicia penal no reacciona con firmeza ante los heridos y los muertos por violencia, el homicidio se hace endémico". La periodista, para describir un problema nacional, se sirve de varias historias locales, como la de Wally Tennelle, un inspector de policía negro y padre de un hijo asesinado llamado Bryan ("un joven que personalizaba las mejores cualidades de la ciudad: su belleza, su espíritu práctico, emprendedor, su generosidad relajada, su fantasía artística, hijo de una familia de funcionarios municipales, mitad negro, mitad latino, con el nombre de Los Angeles tatuado a la espalda"), y la de John Skaggs, el héroe fordiano del relato, un policía blanco de origen irlandés que había dedicado toda su vida laboral "a conseguir que las vidas de los negros salieran caras. Caras y dignas de una respuesta". La unión de estos dos hombres honestos para encontrar a los culpables expone las dificultades -logísticas, judiciales, personales- a las que se deben enfrentar aquellos que intentan resolver un caso en el que no hay "Ningún Humano Involucrado" (NHI, por sus siglas en inglés), un "eufemismo" utilizado en el Departamento de Policía de Los Angeles para expresar que los asesinatos de negros no cuentan.

Leovy no habla sobre cómo contactó con sus fuentes ni cómo se siente al hablar con los familiares de las víctimas o los policías. Tampoco conocemos los motivos que la impulsaron a llevar a cabo su trabajo. Ella nunca aparece en este libro. No se ve a una periodista con pretensiones detectivescas dispuesta a sumergirse en las alcantarillas para luego, satisfecha y orgullosa de su hazaña profesional, compartir entre cócteles el hedor que halló en ellas. El reportaje no muestra demasiadas estadísticas, datos, números o diagramas: hay personas, vidas, familias. Rostros de seres humanos. Hombres y mujeres que tienen miedo, lloran, se rebelan, gritan, callan o asumen su trágico papel. Jóvenes bienintencionados cuya adolescencia se puede ver truncada por una simple cuestión territorial o estética: vivir y jugar en el lugar equivocado o vestir y saludar de la manera equivocada. Encontramos rencor, rabia y deseo de venganza, pero también amor, nobleza y perdón. Se trata de un caso que involucra a todos los que ahora representan esta (supuesta) nueva división en el país. La historia de una población abandonada que, como dijo una vez Martin Scorsese sobre los pandilleros, lucha desesperadamente para demostrar que existe.