Con asombro leí la noticia y la incredulidad me obligó a releerla de nuevo. La doble lectura duplicó también mi estupor, mi incapacidad para comprender que se derrumbe el tráfico de cruceros en Vigo para que se encumbre el de A Coruña.

Si por tradición y por condiciones naturales la primacía de Vigo es incuestionable, ¿cuál es la causa de tal debacle? ¿gestión?, ¿precio? Son preguntas que necesitan contundentes respuestas para que se pueda intentar revertir la situación, o, al menos, mitigar el descalabro.

La desagradable sorpresa se magnifica porque supone reconocer que han sido infructuosas las visitas de la Autoridad Portuaria a las sedes de decisión de las familiares y carismáticas navieras; baldón que se hace extensivo a la reciente creación de una comisión con el objetivo de fomentar el tráfico de cruceros y en la que la Autoridad Portuaria está acompañada por varios grupos directamente interesados en la cuestión.

Sin nostalgias del medievo, se impone una verdadera cruzada para recuperar el nivel de tráfico de cruceros. No sabría concretar quién debe asumir el papal liderazgo para dirigir tal empresa, pero, sin duda, además de la Autoridad Portuaria, las huestes deben nutrirse con aportaciones del Concello, Turismo y tejido empresarial.

Aunque la alarma tenga visos de angustia no debemos perder la esperanza de volver a ver la otra cara de la moneda. Apoyémonos para ello en el ejemplo del amenazado tráfico de contenedores que sigue alcanzando cotas envidiables propiciadas por la calidad de las infraestructuras y el potencial empresarial de la zona. En cualquier caso, es demasiado lo que está en juego para permitirse titubeos en una cruzada que hay que afrontar con mano izquierda y decisión, evitando que añorando a sus antepasados se haga centenaria. Por equipos, pero etapa contra el crono.

Sin perjuicio de todo ello y de la presión directa ante las navieras, creo que se debiera profundizar en el anunciado arco Lisboa-Vigo -posible pareja de baile de la reciente conexión aérea- porque serían muy importantes las sinergias emanadas de la colaboración de los dos puertos y, por supuesto delictivo, que poniéndonoslas como a Fernando VII se fallase la carambola.

Y que la sana envidia de la exitosa gestión coruñesa sirva de acicate a nuestro modus operandi para que las aguas vuelvan a su cauce y las de la ría sean surcadas por los cruceros de siempre, que ahora amenazan con abandonarnos.

En definitiva, reconozcamos los errores cometidos y, para subsanarlos, dispongámonos a dar el pistoletazo de salida a una cruzada reponedora, sin escatimar esfuerzos ni costos, ya que la semilla nunca es cara si la cosecha es buena. Si a estas alturas hay que afrontar una carrera de obstáculos, hay que ir eliminándolos con una agradable e impactante acogida, con competencia de precios, resaltando la calidad del puerto, vendiendo la belleza de la ría y el edénico archipiélago de Cíes, fomentando el turismo local y el de la zona que a pocos kilómetros nos ofrece carismáticos enclaves, implicando naturalmente a las fuerzas vivas y al tejido empresarial, que con generalidad deben colaborar solidariamente.