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Joaquín Rábago.

Dos aliados engorrosos en el Mediterráneo

Turquía y Egipto: Occidente no podría tener dos socios más engorrosos en el Mediterráneo. Miembro de pleno derecho de la OTAN, el primero; firme aliado de Washington, el segundo.

Dos países con poderosas Fuerzas Armadas y continuamente sometidas a la tentación de intervenir en política.

Lo hizo con éxito el Ejército egipcio en julio 2013 con el golpe militar del mariscal Abdul Fatah al Sisi contra el gobierno democráticamente elegido del islamista Mohamed Morsi.

Y acaba de fracasar por culpa tanto de su chapucera ejecución como de la firme e inmediata oposición de las masas el intentado por un sector de las Fuerzas Armadas turcas contra el presidente Recep Tayyip Erdogan.

El golpe protagonizado por el mariscal Al Sisi y la sangrienta represión posterior suscitaron protestas inmediatas -un tanto hipócritas, es cierto- por parte de la opinión pública internacional.

Pero se calmaron pronto y terminaron imponiéndose las razones de la realpolitik: Egipto resultar ser un aliado demasiado importante en una región tan convulsa como Oriente Próximo como para prescindir de él.

Y el Gobierno de los Hermanos Musulmanes de Morsi había además tomado una peligrosa deriva islamista que no gustaba nada en Occidente.

En Turquía, su presidente y líder del AKP (Justicia y Desarrollo), Erdogan, ha aprovechado la fallida intentona contra su gobierno para desatar a su vez una fuerte represión contra sus enemigos políticos.

Erdogan acusa a su aliado hasta hace tres años y hoy enemigo Fethullah Gülen, que vive exiliado en EE UU, de haber infiltrado a sus hombres en el Ejército, la policía y la judicatura y estar tras el golpe militar.

El presidente turco ha pedido a Washington, aun a riesgo de tensar aún más las relaciones con EE UU, la extradición de ese clérigo, representante de un islam más moderado, fundador del movimiento Hizmet y cabeza de un imperio que incluye escuelas privadas, hospitales y empresas en mas de 140 países.

Sus críticos, tanto los de dentro como los de fuera, acusan a Erdogan de deriva cada vez más autoritaria y temen que utilice la intentona para deshacerse de sus rivales políticos, purgar las instituciones -Fuerzas Armadas, policía y judicatura- y gobernar el país con mano más dura todavía.

Con el pretexto de poner en su sitio a los militares y acabar con sus tentaciones intervencionistas, Erdogan quiere frenar de paso la corriente laicista que ha distinguido a la sociedad y a las Fuerzas Armadas turcas desde la proclamación de la República por Kemal Atatürk en 1923.

No es en cualquier caso nada fácil la papeleta que se le presenta a Occidente a raíz del frustrado golpe. A diferencia de Egipto, Turquía es miembro -y además importante- de la OTAN, que se supone es una alianza de naciones democráticas. Y es, pese al conflicto kurdo, el único Estado más o menos estable entre Europa y los Estados fallidos de Oriente Próximo.

Todo ello ocurre además en momentos en los que se cree que Turquía podría desempeñar un papel importante contra el Estado Islámico, al que el Gobierno de Erdogan parece por fin decidido a combatir después de haberle apoyado logísticamente como parte de su lucha particular contra el odiado régimen sirio de Bashar al-Asad.

Y para complicarlo todo está el acuerdo firmado por los europeos con Ankara para la acogida de refugiados, que podría peligrar ahora si Alemania y otros países de la UE se ponen demasiado duros con Erdogan por la represión desatada contra sus críticos.

Pero ¿puede la UE convertirse en rehén de un gobierno autocrático y tan irrespetuoso de los derechos humanos como el de Erdogan para salvar tan vergonzoso acuerdo?

Es interesante por otro lado repasar en este momento la historia de esos dos engorrosos aliados de la orilla oriental del Mediterráneo, Turquía y Egipto, caracterizada por unas relaciones bilaterales siempre tensas.

Ambos países fueron enemigos en los años cincuenta, durante el nasserismo, cuando Turquía se adhirió al Pacto de Bagdad, constituido además por Gran Bretaña, Irán, Irak y Pakistán, una alianza militar para contener el nacionalismo panárabe y la influencia soviética en la región.

Y las relaciones se tensaron una vez más hasta el borde de la ruptura hace tres años después de que los militares egipcios derrocaran el gobierno islamista de Morsi, al que apoyaba el partido de Erdogan, y desataran una sangrienta represión contra los Hermanos Musulmanes.

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