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Ya tenemos otra palabreja en el idioma que, querámoslo o no, va dominando nuestra vida diaria e imponiendo una visión del mundo anglosajona: los MOOCS (Massive Open Online Courses), literalmente, cursos en línea masivos y abiertos.

Pueden ser gratuitos o de pago y los ofrecen plataformas como Coursera, que ha firmado alianzas con varias universidades sobre todo estadounidenses, que son las que ponen el contenido didáctico.

Ese tipo de cursos ha sido objeto de críticas por parte sobre todo de educadores, que consideran que la docencia no es la simple transmisión unidireccional de unos hechos o conocimientos.

Hay que enseñar también al alumno qué hacer con ellos; hay sobre todo que desarrollar en él un espíritu crítico sin el cual no hay progreso posible.

Aunque tal vez eso no sea precisamente lo que buscan algunos: individuos dóciles y acríticos que acepten cualquier tarea que se les proponga sin cuestionar su utilidad o su objetivo.

Pero hay algo que también debería preocuparnos y es qué pueden hacer las plataformas especializadas en educación por internet con los datos que obtienen de los participantes en dichos cursos.

Es lo que trató de averiguar el matemático suizo Paul-Olivier Delaye tras impartir un seminario por internet en la Universidad de Zúrich sobre los modelos de negocio de esas empresas.

Acogiéndose al derecho europeo sobre protección de datos, Delaye preguntó sin éxito a la empresa californiana Coursera, líder del sector, qué había sido de sus datos personales.

Después de que, ante el silencio de la empresa, Delaye decidiese bloquear los datos de su seminario, Coursera le retiró el derecho de seguir impartiendo cursos a través de su plataforma y manipuló su perfil, según cuenta el diario alemán "FAZ".

De acuerdo con el derecho norteamericano, en ese país los datos personales pueden utilizarse para cualesquiera objetivos, incluidos los estrictamente comerciales.

La Universidad de Zúrich intentó a su vez un proceso disciplinario contra el inquisitivo profesor y quiso que firmara un pacto de silencio, pero ese se negó a ello y demandó a Coursera ante un tribunal de Nueva York.

Como era de esperar, su demanda no prosperó entre otras cosas porque, según el juez, Delaye era docente y no cliente de Coursera, y la protección de datos europea no contaba allí para nada.

El alemán Sebastian Thrun, exprofesor de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford, es el fundador de Udacity, otra conocida plataforma para la enseñanza por internet, cofinanciada por su creador y varias firmas de capital riesgo.

Un biólogo molecular suizo llamado Ernst Hafen preguntó en cierta ocasión a Thrun qué hacía con los datos personales, a lo que este respondió que podía hacer con ellos lo que diera la gana, incluso venderlos a Google, empresa con la que por cierto colabora.

Udacity se reserva supuestamente el derecho de entregar ese tipo de datos no solo a las universidades con las que colabora y a sus socios, sino también a las empresas, sin que pueda garantizarse el uso que otros hagan luego de ellos.

Los datos obtenidos de los alumnos de los cursos por internet pueden resultar de enorme utilidad para cualquier servicio extranjero que quiera saber quién son los superdotados de un país para eventualmente contratarlos. ¿Está así garantizada la próxima fuga de cerebros?

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