Como si quisiesen pagar una deuda histórica, hay muchas personas, especialmente políticos y sindicalistas, que rinden pleitesía a Campoamor, haciendo bueno lo de que nada es verdad, ni es mentira, que todo depende del color del cristal con que se mira. Fenómeno cromático que no solo atañe a la contemplación de las cosas, sino que se extiende a la interpretación y catalogación de ideas y actitudes.

No es difícil encontrar carismáticos casos de este desatino que emana de un cromático bifocal enfoque, auténtico semillero de paradojas, cuya magnitud se difumina por la rutina y por la desfachatez de protagonistas que ignoran la réplica del rubor.

Recordemos, a título de ejemplo, que el honorable Puigdemot, defensor a capa y espada de obviar la Constitución española, cuando el Tribunal Constitucional veta alguna de sus singulares boutades, mirando la situación a través de un opaco cristal negro, ni conoce ni acata la ley de leyes. Pero sí, como ha sucedido con las estelades en el Vicente Calderón, se le da la razón, se apresura a enfocar el tema con un cristal transparente de suave color verde esperanza, afirmando que hay que acatar la ley, cumplirla y, en su caso, hacer que se cumpla. ¡Cousas veredes!

En el ámbito de la corrupción, esa nefasta especie de plaga bíblica que cual mancha de aceite se extiende por toda la geografía de la vieja piel de toro, se nos ofrecen a diario escenas en las que utilizando un nítido cristal -tal vez lupa- se vitupera sin piedad al rival. Critica sin duda merecida, pero que no se ve correspondida cuando con un rápido cambio de cristal se opta por uno opaco que oculta su propia corrupción. ¡Cousas veredes!

No es la primera vez que me refiero a esta dicotomía visual, pero pese a la amplitud de un posible inventario lo que determino que me decidiese a pergeñar estas líneas fue un reciente, nuevo y cuantificable ejemplo. Es preciso y no deseable recordar la infausta legislatura del Sr. Zapatero, empeñado en ignorar la crisis que nos agobiaba, afirmando con injustificada y tal vez ridícula sonrisa que nuestro sistema financiero militaba en la champions league del sector; utópico optimismo al que un negro cristal impedía calibrar la gravedad de que en los dos últimos años, en el mes de junio, se registraba un descenso de 50.000 personas como contribuyentes a la caja de la Seguridad Social. En el presente año cambiaron las tornas y se produjo un ascenso del orden de 90.000 afiliados. Políticos y sindicalistas se lanzaron a la búsqueda de un transparente cristal, con bordes de rojo enojo, para señalar con acritud que, según ellos, era un logro solo aparente y no sostenible apoyado en los pies de barro de la precariedad.

Es evidente que el éxito no alcanza los límites deseados, pero utilizar cristales que permitan admitir que se esfumen 100.000 puestos y criticar la creación de los 90.000 se inscribe en las coordenadas de la más absurda incongruencia. ¡Cousas veredes!

Se debe pedir que la equidad y la sensatez reconozcan la realidad, erradicando el socorrido trasiego de cristales coloreados y que esta policromía se reserve para las cristaleras que tamizan con transcendencia la luminosidad de nuestros templos.