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De vuelta y media

Manolo, el de los periódicos

El voceador más popular de esta ciudad empezó en la calle con diez años y luego montó un quiosco en la Oliva, que a su muerte regentó su sobrina Merchi

Hablar de Manolo, el de los periódicos, en Pontevedra de aquella, era hablar del voceador de prensa más profesional, a la vez que popular. Todo un personaje de leyenda en la larga, larguísima galería de retratos irrepetibles en la intrahistoria de esta Boa Vila, que permanecen vivos y muy vivos en la memoria colectiva.

Hace falta tener cumplido al menos medio siglo para haber conocido al hombre que más pateó las calles de esta ciudad durante otros tantos años, vendiendo y repartiendo periódicos. Pero no hace falta ser tan mayor para recordar el quiosco de prensa que a mediados de los años 50 montó en un portal la calle de la Oliva, junto a la pastelería de Los Castellanos y frente al comercio de Torrado.

A solo cuarenta y ocho horas estamos del aniversario del gran homenaje que Manolo recibió con toda justicia. El 22 de julio de 1964, el presidente de la Diputación Provincial, Enrique Lorenzo Docampo, le impuso en un emotivo acto la medalla al mérito en el trabajo, rodeado de políticos, familiares y amigos. Manolo hizo un alto en su camino, tiró la casa por la venta y obsequió a todos los asistentes con un vino español en el Hotel Universo. La ocasión sobradamente lo merecía.

Por medio de aquella invitación, Manuel Fariña Vilas no estaba sino agradeciendo simbólicamente a todos sus clientes el apoyo, la fidelidad y el cariño que nunca le habían faltado durante su larga vida laboral. Inevitablemente aquel día tan especial echó la vista atrás y no pudo por menos que recordar otro homenaje recibido treinta y dos años antes, en un momento muy difícil que a punto estuvo de truncar su trayectoria y quedarse en el camino de ser Manolo, el de los periódicos.

A finales de los años 20 y principios de los años 30, Manolito ya estaba en tránsito de convertirse en Manolo, y era conocido en toda la ciudad como el vendedor de El Debate, competidor directo del ABC. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, el periódico ultra católico no tuvo ningún problema. Pero el mismo día que se proclamó la República, a Manolo le quemaron todos los periódicos en Marín. Aquel suceso resultó toda una premoción de lo que ocurrió después, cuando El Debate sufrió varios cierres temporales.

La economía familiar de Manolo sufrió un duro golpe, porque sin ventas no había comisiones. Entonces su clientela le obsequió nada menos que con un banquete para olvidar sus "malos ratos" y le demostró su apoyo por primera vez de forma pública y ostensible.

La cena en su honor se celebró en la noche del 31 de marzo de 1932 en el Hotel Madrid, coincidiendo con la feliz reaparición de El Debate tras dos meses sin salir a la calle por orden gubernativa.

Medio centenar de clientes pontevedreses compartieron con Manolo aquel banquete, cuyo ofrecimiento corrió a cargo del registrador de la propiedad, Antonio Ríos Mosquera. El fotógrafo Joaquín Pintos tiró algunas placas y elevó la categoría del acto a acontecimiento social. Cómo rúbrica colectiva, los concurrentes enviaron diversos telegramas a la redacción madrileña de El Debate para testimoniar su apoyo al periódico y su simpatía con el mejor voceador.

Cumplidos los sesenta años, Manuel Fariña Vilas repasó su fascinante vida de vendedor de periódicos en todas sus modalidades de calle, reparto y quiosco, y todavía recodaba bien el precio del periódico que vendió por primera vez a principios del siglo XX: el diario costaba diez céntimos y él ganaba un veinte por ciento; es decir dos céntimos por cada ejemplar expedido.

"Si se vende mucho se gana mucho, y si se vende poco se gana poco". Manolo tuvo siempre muy clara esta máxima comercial y nunca se avergonzó de su trabajo de voceador. Él creía que era "un oficio como otro cualquiera", sin menoscabo alguno, que le permitió vivir con mucha dignidad y sacar su familia adelante, si bien con mucho esfuerzo en jornadas interminables y sin descansos dominicales.

Cuando trabajaba en la calle, empezaba a la siete de la mañana y concluía a las once de la noche. No pasaba por casa ni a la hora de comer. Habitualmente almorzaba en el célebre Café Moderno, a donde le acercaba su familia la comida.

Además de la prensa matutina, también hubo en los años 50 y 60 una prensa vespertina muy popular, desde Pueblo a Informaciones, pasando por La Noche, de Santiago. De modo que cada día Manolo hacía en realidad una doble jornada de mañana y tarde.

La sobrecarga de trabajo se debía también a que Manolo no solo hacía de voceador, sino también de repartidor de suscripciones, incluso por el extrarradio de la ciudad. Entonces había tres voceadores en Pontevedra, incluido Manolo. Su lugar de referencia era la Peregrina, junto a la pastelería La Duquesita, donde acumulaba la pila de periódicos para su venta directa.

Más tarde, cuando montó su quiosco propio no dejó de repartir y vender periódicos en la calle. Aquella ingrata labor acabó cuando el público en general empezó a adquirir la costumbre de frecuentar los quioscos. Paredes, Las Ruinas (Suso) y Cao marcaron una época irrepetible, antes de que se propagaran por todas las esquinas y no esquinas.

Las muertes del papa Juan XXIII y del presidente Kennedy, ambas en 1963 con solo cuatro meses de diferencia, fueron las noticias que provocaron la mayor venta de periódicos que recordaba Manolo en toda su vida. Ambos decesos causaron un fuerte impacto, sobre todo el asesinato del presidente norteamericano.

Puestos a contar confidencias, Manolo nunca reveló cual había sido su periódico de cabecera, o sea su diario preferido entre tantos como conoció y vendió. Nunca se permitió tal desliz, porque su profesionalidad resultó intachable. Pero en cierta ocasión reconoció que había pasado "vergüenza" cuando un forastero le había pedido un periódico local y Pontevedra no contaba con ningún diario. "Le dije que todavía no había salido?."

El apoyo familiar resultó decisivo para Manolo cuando se atrevió a abrir con mucho sacrificio el quiosco en la Oliva. Él estaba cerca de disfrutar del don de la ubicuidad, de un lado para otro, pero no podía desdoblarse en las horas punta. Entonces su sobrina Merchi se convirtió en una ayuda imprescindible.

Tanto se encariñó Mercedes Fariña con aquel quiosco y su variopinta clientela, que nunca pudo dejarlo. Cuando murió su tío y ella era madre de familia numerosa, no dudó en ponerse al frente y proseguir la tradición familiar. Esa es otra admirable historia y Merchi aún vive para contarla.

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