Tras 16 años de batalla política, de arres y sós, el Área Metropolitana es ya una realidad. El ente supramunicipal aglutinará a 14 concellos, con Vigo en el epicentro, y a casi medio millón de vecinos. La decisión unánime en el Parlamento gallego es histórica. Pero ese capital de legitimidad democrática e inmenso apoyo popular no puede ser despilfarrado. El Área tiene que mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Para ello debe contar con las competencias y los medios necesarios. Debe ser eficaz y rigurosa en el empleo del dinero público. Dejar patente desde el primer minuto que la colaboración de los municipios se traduce en mejores servicios a un coste más razonable. En una palabra, el Área debe nacer con una aspiración central: ser útil.

Si los consensos en la política que nos ha tocado vivir son una rara avis, las unanimidades alcanzan el calificativo de históricas. Porque hoy es, por desgracia, casi imposible lograr el acuerdo de todos los partidos. Ya ni siquiera en las grandes tragedias se concita la voluntad general. Cualquier asunto es hoy pasto de intereses personales, está contaminado por el tacticismo y parece terreno abonado para el desgaste del otro. Este mal que se ha agravado con la irrupción de la sedicente nueva política provoca el desistimiento y la desconfianza ciudadanas. Por eso resulta singularmente valioso y edificante que en un ambiente tan proclive a la bronca, todas las fuerzas de Galicia hayan arrimado el hombro para pactar ley del Área Metropolitana de Vigo.

El resultado de la votación celebrada el martes en el Parlamento gallego invita al optimismo y permite, al menos por un día, reconciliarse a nuestros representantes con la sociedad a la que dicen servir. La aprobación del Área es una excelente noticia para los vecinos de 14 municipios pero también para el conjunto de los gallegos. Porque evidencia que otra política -cimentada en el diálogo, el acuerdo y la cesión para salvaguardar el interés general- es tan posible como necesaria.

Sin embargo, una vez superado el periodo de las felicitaciones colectivas, llega el tiempo de ponerse a trabajar. Entender la aprobación de la ley como una meta en sí misma sería un craso error. Supone sólo el principio de un ilusionante camino que tiene todo por recorrer. El Área Metropolitana solo adquirirá su sentido pleno si cumple su misión fundacional: promover la cooperación y las sinergias de los 14 concellos dirigidos por alcaldes de variopintas filiaciones políticas y credos ideológicos. Debe convertirse en un ente supramunicipal eficaz y eficiente, que proporcione un mejor servicio a un coste más razonable. Constituir un instrumento que permita forjar un territorio mejor articulado, más racional, permeable e interconectado. Un espacio más competitivo que cuente con armas suficientes -económicas, sociales, culturales...- para afrontar inexcusables retos. Un hinterland habitable, sostenible, plural, solidario... Esta, y no otra, es la revolución que debe implementar el Área.

Como se ve, el reto no es menor. Pero llegados a este punto, ahora que por fin este ansiado y complejo proyecto se ha levantado y ha dado los primeros pasos, es responsabilidad de todos -Xunta, concellos y Diputación de Pontevedra- no dejar que se detenga o que expire por inanición o peleas intestinas.

En octubre está previsto que el Área sea operativa. Antes los municipios deberán elegir a los representantes que formarán parte de los órganos de gobernanza. Presidida por Vigo, ciudad que albergará la sede, todos los miembros deben sentirse importantes y entender que sobre sus hombros recae una importante tarea. El primer paso será la integración del transporte público vigués en el conjunto de la comarca. Un hito que mejorará la movilidad ciudadana. Decenas de miles de personas notarán entonces en sus bolsillos y en su tiempo un cambio que también les permitirá entender con un ejemplo práctico los beneficios que les reportará el Área.

Pero tras el transporte, otros servicios tendrán que seguirle: turismo y promoción cultural, medio ambiente, gestión de residuos, prevención y extinción de incendios, Protección Civil y Salvamento, ordenación territorial y cooperación urbanística... Cuándo y cómo se incorporarán es todavía una incógnita que el tiempo irá despejando. El cometido es ingente, por lo que se hace necesario resolver con premura el proceso constitutivo, administrativo y burocrático y centrarse en lo que de verdad importa. Eso requiere un fluido trabajo en equipo, mantener activos los canales de diálogo y un liderazgo claro -Abel Caballero debe jugar un papel clave como presidente- que sepa distinguir lo esencial de lo anecdótico.

A tal fin, el Área necesita los recursos -económicos y humanos- imprescindibles para satisfacer sus obligaciones, pero su gestión exige rigor y sentido común. Hastiados de la proliferación de chiringuitos administrativos que sólo esquilman las depauperadas arcas públicas y sirven de plataformas para recompensar a amigos, lo último que desean los ciudadanos es que el flamante organismo supramunicipal devenga en terreno de estériles batallas políticas o en campo propicio para el despilfarro del dinero de todos. Que degenere en un flamante y formidable continente vacío de contenido. El Área debe tener el tamaño adecuado para resolver sus tareas. Ejercer como un instrumento de gestión, no en una oficina de colocación de afines.

La historia de nuestro país está lastrada, entre otros pesos, por el minifundismo, un fenómeno que trasladado al ámbito político se expresa en el hiperlocalismo. La aspiración de no pocos políticos se ha limitado a ser cabeza de ratón para luego preservar a toda costa esa suerte de reinado municipal frente a la amenaza exterior, o sea sus vecinos. Coordinarse, cooperar, aliarse y mucho menos ceder no son verbos que numerosos gobernantes locales sepan conjugar sin atragantarse. El Área camina precisamente, en sentido contrario. Es, por ello, un espejo en el que otras ciudades gallegas podrían mirarse. Es evidente que cada conurbación -Pontevedra, Ourense, Arousa...-tiene sus propias singularidades y que el modelo adoptado para Vigo y su entorno no puede ser extrapolado en su literalidad, pero sí la filosofía que lo alimenta.

Se acabaron los tiempos de las vacas gordas respecto al gasto público. Los recursos son y serán limitados y se impone una gestión racional. Hacer más con menos. Unirse para ser más fuertes. Construir una comunidad más amplia y solidaria basada en el acuerdo y la cooperación. Un territorio estructurado de forma inteligente y eficaz. Todos los esfuerzos que se hagan en esa dirección serán bien recibidos. Tanto como hoy el Área Metropolitana, un sueño que ha tardado casi dos décadas en ver la luz, pero que tras tan larga gestación debe aspirar ahora a iluminar el futuro de medio millón de personas.