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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El globo de la globalización

Salvo entre los chinos, que son un mundo, pocos conceptos desatan tantos reparos como el de la mundialización que ha reducido el planeta al tamaño de un pañuelo lleno de mocos. Extremistas de izquierda y derecha se manifiestan casi cada semana contra ella, por la misma razón que podrían hacerlo contra el aire acondicionado o la ley de la gravitación universal.

Aunque sea un término que curiosamente procede de la influencia "global" del idioma inglés, la globalización ocupa ya un lugar destacado dentro del repertorio de asombros y miedos que suele traer consigo la modernidad. Y como ocurre a menudo con las amenazas fantasmales, nadie atina a explicar muy bien de qué estamos hablando.

Se supone que los enemigos de un mundo cada día más interconectado abominan del creciente poder de las multinacionales que conciben la Tierra como un mercado único. Sabido es, en efecto, que estas empresas tienden a "deslocalizar" sus fábricas para instalarlas en países de bajos salarios y aún menor protección al trabajador, bajo el codicioso propósito de reducir costes de manufactura.

El análisis no está mal traído, aunque pudiera quedarse corto en su alcance. Reducir la mundialización a un mero afán de conquista del capital financiero parece, en efecto, una interpretación más bien restrictiva del fenómeno que ha hecho surgir algo tan fascinante como la sociedad de la información a escala planetaria.

Más allá de las consecuencias económicas -malas o no tanto-, lo realmente notable de este proceso es el nacimiento de la "aldea global" que en su día profetizó el gurú Marshall McLuhan. El acceso al saber, o cuando menos al conocimiento, se ha universalizado gracias a esa formidable variante tecnológica de la Biblioteca de Alejandría que es Internet. Una herramienta que ha transformado los hábitos de la población del mundo hasta el extremo de alumbrar nuevas formas de comunicación y revolucionar las actividades financieras de la antigua era analógica.

Como suele ocurrir con cualquier progreso, la caída virtual de las fronteras y el estrechamiento de las distancias entre las gentes ha suscitado la reacción de quienes aún sueñan con Arcadias imaginarias. Lo mismo había ocurrido a mediados del siglo XIX, cuando los "luditas" se alzaron en armas contra la Revolución Industrial en curso, creyendo ingenuamente que se le podría poner freno mediante el sabotaje de las máquinas. Reaccionarios sin saberlo, no podían entender que los nuevos ingenios multiplicarían con el tiempo el número de puestos de trabajo, en vez de mandar al desempleo -como temían- a los trabajadores artesanales de entonces.

Algo parecido sucede, salvadas las distancias temporales, con la tirria a la mundialización. También ahora la reacción -en todos los sentidos del término- ha dado origen a un abigarrado movimiento en contra de la nueva revolución tecnológica que agrupa a comunistas, libertarios, facciones antisistema y bandas ultraderechistas siempre dispuestas a apuntarse a cualquier bombardeo.

Razones no les faltan en lo que atañe a la devaluación del trabajo en los países desarrollados, desde luego. Otra cosa es que la reacción antiglobalizadora recuerde más de lo conveniente a la idea de ponerle puertas al campo. Antes que pinchar el globo de la globalización habría que buscarle sus ventajas. Que igual las tiene.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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