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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Tiene tela lo de este país

Sabíamos ya que lo de Galicia tiene mucha tela: y ahora han venido a confirmarlo los datos que una vez más la sitúan como líder de la industria textil de España (y gran parte del extranjero). Las exportaciones de ropa crecieron un 15 por ciento el pasado año, con una facturación de 22.400 millones de euros que no son moco de pavo ni pedrada en ojo de boticario. Bien es verdad que la mayor parte de esa cifra corresponde a una sola empresa, líder a su vez de la distribución mundial; pero ello no quita para que también abunden por aquí los diseñadores de fama.

Hace ya más de una década que Galicia adelantó a la otrora imbatible Cataluña en el ramo de los trapos, con un asombroso sorpasso que desde entonces no ha parado de aumentar las distancias.

La noticia no puede ser más halagadora. Tradicionalmente, los gallegos solo podíamos presumir de nuestro liderazgo en el consumo de vino, aguardiente y demás bebidas espirituosas. Un primer puesto que, por razones fácilmente comprensibles, no acababa de satisfacer a todos por igual.

El ascenso a la cúspide en el campeonato español del textil habrá de suscitar, en cambio, una más generalizada complacencia entre los naturales y vecinos este reino. Ahí es nada: arrebatarle su histórico liderato a la Cataluña de los acreditados paños de Sabadell y Tarrasa. Un país que ejercía de rey peninsular de las tricotosas, erizado de telares y lanzaderas.

El de Galicia sí que es un proceso: y de lo más rápido por otra parte. En apenas tres décadas -que treinta años son nada- esta tierra de antiguas costureras le ha hecho un magnífico zurcido a su economía, transformando un oficio artesanal y disperso en una briosa industria que se proyecta al mundo entero. Sin excluir siquiera a la mismísima China.

Así es como un gallego puede patearse todo el planeta sin tener la impresión de haber salido de casa. Ya ocurría antes, en realidad. Uno podía entrar en cualquier bar de la remota Patagonia, en un colmado de Buenos Aires o en el Sídney de las antípodas con altas probabilidades de encontrarse tras el mostrador a un paisano de Betanzos o de Ribadavia.

La única diferencia es que el viajero se encuentra ahora con una tienda de patente gallega en las calles comerciales de cualquier grande o pequeña ciudad del mundo. Desde las marcas de esa omnipresente Zara en la que el lector estará pensando hasta las de los excelentes modistas del país -Domínguez, Verino, Florentino y tantos otros- que a pesar de la crisis siguen compitiendo con los antaño intratables maestros lombardos.

Tanto en la producción fabril como en la innovación logística y el diseño, los capitanes de industria gallegos han conseguido cubrir, cada uno a su manera, todos los flancos de este complicado ramo, más sometido que casi cualquier otro a los avatares de la mundialización.

Si no otro, habría que concederles al menos el mérito de diversificar los liderazgos de Galicia, hasta no hace mucho centrados en las disciplinas olímpicas de levantamiento de codo en la barra y los excesos en las fiestas gastronómicas. Aunque el bacalao lo corten otros, este país tiene aún mucha tela que cortar. Y que dure la moda.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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