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Juntos de la mano

Cameron se despide sacando pecho de su ley del matrimonio homosexual, uno de los logros que también destacará en la herencia del español Zapatero

El dimisionario primer ministro británico, David Cameron, se despidió el pasado sábado de la cumbre de la OTAN en Varsovia con una cerrada defensa de su ley del matrimonio homosexual, ante los lamentos expresados por Andrea Leadsom, en esos momentos aún candidata a sustituirle como inquilina del 10 de Downing Street. Y aprovechaba para sacar pecho porque el suyo había sido uno de los primeros países con gobierno de centroderecha en aprobar ese tipo de legislación. Aunque seguramente pasará a la historia por haber sido el dirigente que sacó al Reino Unido de la UE por intentar resolver una lucha de poder interna en el seno de su partido, podrá mantener en el haber de su balance ese avance social.

Lo mismo que José Luis Rodríguez Zapatero en el caso español. Aunque sobre su memoria sigue pesando como una losa la nefasta gestión de la crisis económica, a largo plazo su herencia serán los progresos en materia social durante su primera legislatura. Uno de ellos, y no el menor precisamente, el de la ley de matrimonio igualitario. Una iniciativa que posteriormente han ido adoptando numerosos países y que sirvió para convertir a España en locomotora y ejemplo del respeto a los derechos civiles. Frente a lo orgulloso que ahora se siente Cameron por haber sido uno de los primeros dirigentes de centro derecha en tomar esta iniciativa, en España nos tocó, por contra, asumir el bochorno de que Mariano Rajoy se resistiera como gato panza arriba a este reconocimiento de igualdad hasta que el Constitucional le hizo abandonar su empecinamiento.

Ambos gobernantes, desde planteamientos ideológicos diferentes, han sido ejemplo de cómo una apuesta por la igualdad, libre de atávicos prejuicios, reconoce a millones de ciudadanos unos derechos cercenados por cuestiones ideológicas y de fe. Además, representa una contribución fundamental a la normalización social de unas relaciones que durante siglos han supuesto un auténtico martirio para los directamente afectados y sus familias, que se han visto obligados a vivirlas en la clandestinidad o, sencillamente, renunciar a ellas. Y ambos se encontraron con una dura resistencia procedente del mismo bando: en el caso español, de la oposición de derechas y de la Iglesia, y en el británico, del sector más conservador y próximo a postulados religiosos en el seno de su propio partido.

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