¿Hay marcha atrás para el Reino Unido que circula por la dirección contraria? Las voces contra el "Brexit "se oyen con cada vez más fuerza y, sin embargo, es como si sonarán en el vacío. Mientras tanto el país que se puede decir ha inventado el parlamentarismo democrático sufre un marasmo con sonoras alarmas ante el riesgo de una fuga de capitales y la estabilidad financiera amenazada según el mismísimo Banco de Inglaterra. Si los políticos que han dejado irresponsablemente en manos del pueblo una decisión plebiscitaria que está suponiendo la desunión y hasta el inicio de una debacle económica son incapaces de reaccionar frente a la demagogia nacionalista y de enderezar el rumbo estarán deshonrando una vez más la práctica parlamentaria para la que fueron elegidos.

No se puede negar que las consecuencias inmediatas de la victoria de los partidarios de la salida de Europa han traído consigo una evidente derrota y un saldo de víctimas políticas inimaginables en unas circunstancias supuestamente felices entre los supuestos ganadores, que parecen ser por el contrario los primeros perdedores. Se trata de una situación absurda propia de película de Monty Python pero nadie parece tener intención de revocarla por mucho que el pronunciamiento del referéndum provoque problemas de todo tipo, empezando por los que atañen al orden constitucional. Los daños políticos son evidentes tras las reacciones en Escocia e Irlanda del Norte, que quieren jugar una partida diferente a la de los ingleses y donde el voto a favor de la permanencia se impuso.

El primero de estos problemas se traduce en cómo respetar el papel del Parlamento al tratarse de una decisión no vinculante. El Gobierno británico aún no ha aclarado cómo y en qué momento las cámaras tendrán que intervenir para legitimar o bloquear el "Brexit". Será el primer asunto sobre la mesa del próximo premier, que seguramente se elegirá entre los tories que se mostraron más favorables a la salida de de la UE. El proceso podría conducir a nuevas elecciones. El actual gobierno, pese al desastre, no parece tener intención de bloquear la decisión plebiscitaria, pero tampoco se decide a emprender las negociaciones con Europa para hacer efectiva la salida. Por poner un ejemplo, David Cameron no ha pedido la activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, ya que cree que debe ser su sucesor el que tome esa medida y éste no será elegido antes de septiembre.

Tampoco lo tendrá fácil. El "Brexit" está lejos de contar con apoyo parlamentario suficiente. La salida del Reino Unido de Europa podría ser rechazada por la Cámara de los Comunes, donde la gran mayoría de los diputados pensaron desde un primer momento que renunciar a formar parte de la UE es una equivocación aunque jamás creyeron que el "leave" se impondría en las urnas. En la Cámara de los Lores, el Brexit sería rechazado por un margen todavía más alto.

Con el Parlamento decidido a obstruir o retrasar el proceso de aprobación, muchos creen, como apuntaba no hace demasiado "The Guardian", que estaríamos ante una repetición de lo que sucedió en 1992, cuando los euroescépticos trataron de bloquear en Westminster la ratificación del Tratado de Maastricht. La propia activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa está sujeta al escrutinio parlamentario. Otra de las iniciativas podría consistir en imponer ciertas condiciones para la salida: por parte de los conservadores, la pretensión de mantener a Londres dentro del espacio libre de comercio europeo; en tanto que los laboristas ejercerían su presión con el fin de garantizar la libre circulación de personas. Del mismo modo que las elecciones anticipadas no se pueden descartar, la idea de convocar un nuevo referéndum choca con la falta de coraje: son escasos los políticos dispuestos a desafiar a los electores que se han mostrado inequívocamente favorables al "Brexit".

El historiador Felipe Fernández-Armesto, nacido en Londres, actualmente profesor en Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), invocaba en un artículo publicado por "El Mundo" la racionalidad del ser humano para escribir que la única trayectoria sensatamente previsible es la que lleva a ninguna parte, es decir a que el Reino Unido se quede donde está, dado el laberinto de callejones sin salida que entraña la Constitución y su compleja maquinaria de tácticas dilatorias. La esperanza es que entre tanta demora crezca la presión de los partidarios de permanecer en un lugar del que los británicos, por encima de los sentimientos, jamás debieron salir tomando una decisión que acarreará medidas extra de austeridad y como única y patética contrapartida sustituir unos inmigrantes por otros. La marcha atrás consiste también en no moverse.