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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Capitanes del "Brexit" en fuga

Tras llevar a la nave del Reino Unido hasta las rocas del "Brexit" donde ha embarrancado con graves daños para el pasaje de a bordo, el capitán y los oficiales decidieron abandonar el barco como si el asunto no fuese con ellos.

Ninguno de los promotores de la independencia (¿??) británica ha querido hacerse cargo de su éxito en el referéndum. No lo hizo el primer ministro David Cameron, que lo había convocado; ni tampoco su previsible sucesor Boris Johnson, figura destacada de la campaña contra la permanencia en la Unión Europea. Los dos han preferido dimitir, al igual que el líder del Partido por la Independencia del Reino Unido, Nigel Farage, quien considera que una vez cumplida la faena, el muerto resultante deben gestionarlo otros.

La actitud de estos tres heroicos paladines revela que las viejas tradiciones de la mar se están yendo al garete incluso en un país tan marinero como la Gran Bretaña, que durante siglos se preció de mandar sobre las olas.

Sin el menor respeto por los códigos marítimos de honor, que obligan a la tripulación a ser la última en abandonar el barco, los mentados Cameron, Johnson y Farage han dejado a sus pasajeros a merced del temporal que ellos mismos contribuyeron a desatar. Y ahí se las den todas a los náufragos conducidos al desastre por su impericia.

El hundimiento es, en este caso, algo más que una metáfora naval. La libra ha zozobrado, literalmente, empobreciendo así a los jubilados británicos que viven fuera de su país y anunciando prontas subidas de precios. A ello hay que sumar aún el pánico de los ahorradores que han acudido a rescatar en masa su dinero hasta el punto de forzar un remedo de corralito en algunos de los principales fondos de inversión inmobiliaria. Tres de ellos han suspendido sus reembolsos en los últimos días. Y tanta es la incertidumbre que el propio director del Banco de Inglaterra sugiere que los riesgos del "Brexit" han empezado ya a "cristalizar".

El caso británico es todo un ejemplo y advertencia sobre los peligros del nacionalismo combinado con la demagogia. Si la simple retirada de la Unión Europea está haciendo crujir las cuadernas de una nave todavía tan poderosa como la del Reino Unido, fácil es imaginar lo que sucedería con países de mucho menor rango que apostasen a la carta mayor de la independencia. Y no es cuestión de señalar.

El deseo de soberanía que al parecer impulsó el "sí" a la tocata y fuga del Reino Unido es, en realidad, una idea más bien gaseosa. Hay países en teoría independientes que carecen de moneda, embajadas y ejércitos; a la vez que comunidades autónomas que -en España, sin ir más lejos- disponen de policía, seudoembajadas y una vasta capacidad de gestión tributaria y financiera propia. Potencias reconocidas como Alemania o Francia, sin embargo, no dudaron en resignar su derecho a acuñar moneda en un banco supranacional, además de ceder parte de su soberanía en cuestión de acuerdos internacionales, política agroindustrial y otras materias de igual fuste.

Nada de eso evita que aún queden naciones con melancolía de otros tiempos, como se acaba de ver en el Reino Unido. Lo malo es que los capitanes que las enrolan a bordo de sus referéndums son los primeros en abandonar el barco cuando este encalla. Seguramente no hará falta citar el conocido ejemplo de las ratas.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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