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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El Vueling que no vuela

Hace muchos años que dejé de viajar en avión con cierta asiduidad y por tanto he dejado de padecer también los periódicos atascos que se producen en los aeropuertos. Bien por huelgas, bien por contingencias atmosféricas, amenazas de bomba o deficiente planificación de las compañías o de la administración encargada de vigilar su buen funcionamiento. En el tiempo en que tuve que recurrir al avión por razones profesionales (hasta dos o cuatro viajes a la semana en algún momento) viajaba bastante menos gente que ahora y las cancelaciones o retrasos en las salidas y en las llegadas no eran tan frecuentes. Había, eso sí, aeropuertos de más complicado acceso por su pequeño tamaño, falta de medios técnicos, o por razones de una meteorología habitualmente adversa, pero en general el tráfico era fluido y esos atascos imponentes, con los pasajeros atrapados en las terminales durante horas eran una excepción a la regla general.

El ambiente era casi familiar y los que coincidíamos a ciertas horas y en ciertos destinos acabábamos por saludarnos o tomar un café juntos mientras aguardábamos la orden de embarcar. Y era tanto el trasiego que hasta conocíamos el nombre de los comandantes de las aeronaves y nos fiábamos más de unos que de otros a la hora de escoger la mejor ruta de acceso a la pista con suavidad y sin maniobras bruscas. Hubo, por supuesto, algún momento de nerviosismo colectivo en algún aterrizaje complicado en medio de una tormenta, con el aparato desafiando un viento fuerte y racheado, pero la tensión solía aliviarse con un aplauso cerrado al piloto nada más comprobar que ya estábamos a salvo rodando tranquilamente hacia la terminal.

En aquel tiempo, buena parte de los pilotos civiles habían sido antes pilotos militares en situación de excedencia especial, ganaban unos buenos sueldos y tenían un sentido aristocrático y muy cerrado de la profesión, que además se ejercía en compañías de bandera estatal. Luego, vino la liberalización del sector, la privatización total o parcial de las compañías, y el auge de las titulaciones civiles, con la consiguiente rebaja de salarios.

En estos años, el aumento del número de pasajeros ha sido espectacular y viajar en avión ya no es el relativo lujo que era. Desafortunadamente, la masa itinerante de usuarios del avión se ha convertido en objetivo del terrorismo global, en rehén de las reclamaciones sindicales, y en víctima de la deficiente planificación de las compañías que venden más viajes de los que pueden atender. Por razón de todo ello, los controles de seguridad son tan exhaustivos como vejatorios y el triste espectáculo de los viajeros dormitando hastiados en las terminales mientras esperan ser citados para embarcar se repite con demasiada frecuencia.

Digo lo que antecede después de conocer el caos provocado por la compañía Vueling coincidiendo con el inicio de la primera salida vacacional. Vueling, con sede en Barcelona, es la compañía de bajo coste del consorcio empresarial que forman British Airways y la antigua Iberia y en el último ejercicio tuvo unos beneficios de 95,3 millones de euros. Las cosas iban tan bien que, al parecer, quiso incrementarlos contratando más servicios de los que su escasa plantilla puede atender. El capitalismo de bajo coste tiene estas cosas. Pone el beneficio por delante de las personas.

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