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Quizá en septiembre

Rajoy sigue con la agenda libre transcurridos ya 8 días de su estallido efusivo en la noche electoral. Afirma querer un acuerdo rápido que le permita repetir como presidente del Gobierno, pero su disposición es otra, muy distinta y tan conocida que se ha convertido en todo un estilo político. La estrategia consiste, como siempre, en consumir la paciencia de los demás a la espera de que sean ellos los que aporten la solución.

El PSOE es el principal objetivo de esa búsqueda de agotar al rival desde la inmovilidad. Rajoy no dará ningún paso a la espera de que Comité Federal del sábado próximo deje ver alguna grieta en el rechazo socialista a facilitar su investidura.

La del PSOE resulta, para el aspirante del PP, una opción tan cómoda como impracticable. Los socialistas están en trance de recomposición y nada proclives a dar signos de debilidad que rebajen su papel de cabeza de la oposición. En período de adaptación al nuevo escenario se encuentra también Podemos, como reconoce Iglesias, súbitamente bajado del pedestal por el descalabro electoral. En ese proceso de cambios, con la dominancia de la izquierda en juego, las dos fuerzas en disputa por el mismo espacio mantienen una pugna que no admite decisiones ambiguas ni acercamientos mínimos a compañías tan poco recomendables como la de Rajoy. Solo si la amenaza de unas terceras elecciones tomara cuerpo, quizá los socialistas busquen alguna forma vergonzante de desbloquear la legislatura.

En el trance de espera, lo único sabemos es que el cabeza de la formación con más diputados no se conforma solo con salir investido sino que además quiere también un acuerdo presupuestario. Y ello sin desvelar cual sería la contrapartida para sus socios naturales en una cámara en la que cuenta solo con 137 diputados. Tanta ambición casa mal con tanta inacción, por lo que cabe augurar que llegará septiembre y seguiremos sin Gobierno.

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