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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El índice

A estas horas, todavía sin digerir del todo el índice de paro de junio, son seguras ya dos reacciones. La primera, del Gobierno en funciones, cercana a la euforia porque refuerza su ya muy mejorada -tras el 26/J- posición de cara a mantenerse en el poder. Las otras, con mayor espectro de matices y firmas, aceptan a regañadientes que el balance no es malo pero coinciden en que no debería satisfacer tanto, porque el número de los desempleados es aún récord europeo.

En el fondo tienen razón todos, pero sólo en parte. Desde el lado oficial porque se confirma que el esfuerzo -y el desgaste que conlleva al exigir recortes en otros campos- da fruto. El resto, porque el margen de desocupados es lo bastante amplio como para inquietar y posibilita las dudas acerca de los pronósticos de que en corto plazo el problema deje de serlo en términos estratégicos.

En todo caso, y se vea como se quiera, el índice del INEM vuelve a demostrar algo que debería ser de aceptación general pero que, por razones que tienen poco que ver con buscarle solución real, es imposible de lograr. O sea, la necesidad de un pacto de Estado para embridar de una vez lo que de verdad impide que los ciudadanos puedan vivir con sosiego su presente y miren con esperanza el futuro. Que, dicho sea de paso, es lo que prometen todos sin excepción.

Pero la responsabilidad de lo que debería ser no llegue a concretarse no es linealmente igual. Cada agente social activo tiene una distinta, empezando por el gobierno de turno, que dirige la política laboral y económica, hasta los sindicatos y la patronal, cuyas actividades influyen de modo directo en el resultado final.

(Se citan como de pasada centrales y organizaciones empresariales aunque, con el gobierno, son factores clave para abordar la cuestión del empleo. Y lo cierto es que, en Galicia, ambas constituyen hoy, en la realidad, elementos de freno más que de impulso. El panorama patronal apenas necesita otro comentario que el de repudio, y la declaración sindical previa al 26/J advirtiendo de un estallido social en lo que se interpretó, con razón, como una especie de chantaje, se descalifica por sí misma. Son dos desgracias más que añadir al "mal de ollo" que a veces parece sufrir -injustamente- este antiguo Reino.)

Es por eso por lo que el índice, por bueno que sea, nunca se aceptará como el mejor, y desde luego será difícil que se admita por todos como instrumento útil: en su análisis hay demasiada miopía y un sectarismo que impide la aplicación del refrán según el cual lo medible no es opinable. Y, sin duda, es una lástima.

¿No...?

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