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Ceferino de Blas.

Bipartidismo, aunque sea imperfecto

Cuenta el historiador José Luis Comellas que en las ciudades españolas solo quedan cinco calles dedicadas a Cánovas del Castillo. Si la fobia inquisitorial de algunos munícipes contra los callejeros no ha eliminado alguna desde que el profesor publicó su biografía sobre el político de la Restauración.

Por fortuna, Vigo, donde ha habido ejecutivos de derechas e izquierdas, es una de las excepciones.

Antonio Cánovas fue quien implantó el bipartidismo como la mejor forma de gobernar España, cuando en 1875 restauró la monarquía. Desde entonces hasta 1897, en que fue asesinado, se turnó en los gobiernos con Mateo Sagasta, el otro gran político de la época.

Con el "denostado bipartidismo" España vivió los mejores periodos de su historia, en convivencia y desarrollo.

Es el que rige en las grandes naciones occidentales cuando las cosas funcionan bien. Cuando empeoran, como ha ocurrido ahora con el brexit del Reino Unido, es porque surgen fuerzas que vienen a romper los equilibrios tradicionales.

Siempre que este país se ha puesto patas arriba es porque han surgido movimientos que han quebrado el bipartidismo, y hay ejemplos que lo evidencian.

Es cierto que terceros o cuartos partidos minoritarios, que siempre habrá, ejercen de revulsivo para que los clásicos no se abotarguen y consideren impunes, pero la demostración de que un territorio está asentado radica en el equilibrio turnante.

Así ocurre en Vigo, que ha contraído una doble deuda con Cánovas: como hombre de Estado que introduce el mejor sistema de gobierno y por lo que contribuyó al engrandecimiento de la ciudad.

Cuanto Vigo debe a Elduayen, indirectamente se lo adeuda a su jefe de filas. Por ejemplo, ya en 1879, siendo Elduayen ministro de Cánovas, consiguió para el Ayuntamiento el título de Excelentísimo que no poseía. Y así toda una gama de aportes que se describen en el libro "Galicia y Elduayen".

No es extraño que la ciudad tratara a Cánovas con devoción después de su asesinato en el balneario vasco de Santa Águeda, tiroteado por un anarquista italiano. La concatedral se llenó de vigueses, ilustres y del pueblo llano, para despedirle.

Pero el tiempo oscurece los recuerdos. Cabría suponer por la relevancia que adquirió el estadista que su trayectoria estuviera perfectamente documentada, pero no es así.

Cánovas paseó por Vigo en varias ocasiones, unas como líder de los conservadores, otras como jefe del gobierno. Pero no hay acuerdo sobre la primera vez que visitó la ciudad

Un cronista -al que siguen otros-, da la fecha del 21 de diciembre de 1881. Pero lo cierto es que llegó a "esta nuestra ciudad de Vigo por primera vez", el 25 de septiembre de 1883.

Había entrado en Galicia por Lugo, para seguir hacia Coruña y descender al Sur. Numerosas personalidades viguesas, afines al partido "liberal conservador", acudieron a esperarle a Redondela para acompañarlo en el ultimo tramo del recorrido.

El relato periodístico recuerda que Cánovas manifestó enorme interés en conocer la belleza de las rías, y en Redondela colocaron el vagón en el que viajaba en último lugar del convoy para mejorar la visión del paisaje. Pero sus deseos "se vieron contrariados por repentina y espesa niebla que invadió la costa toda".

En Vigo fue objeto de agasajos de sus correligionarios, comandados por López de Neira, pero no se libró de las críticas de una publicación, de las varias que se editaban aquel año en la ciudad.

José María Alvarez Blázquez no ayuda a clarificar su relación con la ciudad. En su famoso "Calendario histórico de Vigo" (La ciudad y los días) escribe que vino en el verano de 1884, con ocasión de la puesta en marcha de la traída de agua al Lazareto de San Simón.

Es cierto, ese verano también estuvo en Vigo, pero por segunda vez, aunque era la primera como jefe del Gobierno.

Refieren los diarios que había embarcado en "la estación de las Delicias hacia los baños de Mondariz", a comienzos de agosto. Todavía no había alojamiento digno en el balneario, por lo que tomaba el agua en la fuente de Troncoso y se hospedaba en el Pazo de la Merced, propiedad de Elduayen, en Tortoreos (Las Nieves).

El año de 1884 fue muy especial para Vigo, ya que a causa de una amenaza exterior de cólera, los buques tenían que hacer cuarentena en San Simón. Una vez más llovieron críticas sobre la ciudad, por temor a que se propagara la epidemia, de ahí que la visita del jefe del Consejo de Ministros disipase muchos miedos, que se extinguieron con la llegada de la familia real.

El día 31 de agosto, desembarcaron en Vigo los reyes, Alfonso XII y María Cristina. Acudieron a la Colegiata para el Te Deum, saludaron al pueblo desde el balcón del Ayuntamiento y, por la noche, asistieron a una representación teatral en el Tamberlick.

Los reyes alabaron la ciudad, cuyo desarrollo empujaron los gobiernos turnantes de Cánovas.

Ahora que el bipartidismo se ha repuesto, tras las recientes elecciones, aunque sea imperfecto, y pasado el breve periodo en que parecía que el populismo amenazaba el sistema canovista, viene al caso recordar su figura, tan ligada a Vigo. Por eso la corporación municipal acordó dedicarle una calle que todos los gobiernos locales durante más de un siglo han respetado.

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