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De vuelta y media

Las embarcaciones-taxis

El Gobierno Civil promovió hace cincuenta años un novedoso servicio a través de las cofradías de pescadores, que fracasó porque se adelantó a su tiempo

Hace cincuenta años, las embarcaciones-taxis empezaban a dejarse ver tal día como hoy en los lugares más concurridos del litoral pontevedrés. Entonces su acogida era una incógnita, que estaba aún por despejarse.

La singular idea partió de Ramón Encinas Diéguez, quien llevaba un año al frente del Gobierno Civil y traía en jaque al personal bajo sus órdenes con sus constantes iniciativas. No paraba quieto ni un instante.

El enunciado del proyecto era bien sencillo: promover y regular la actividad veraniega de unas embarcaciones pesqueras en régimen de alquiler para la pesca deportiva en sus distintas actividades, sin despreciar el turismo náutico. De esa forma se mataban dos pájaros de un tiro: tal servicio se convertía en fuente de ingresos perfectamente lícita para la gente marinera, al tiempo que se ponía freno a cierta anarquía de algunas prácticas de carácter claramente ilícito.

La iniciativa maduró aquella primavera en el seno de la Comisión Provincial de Información, Turismo y Educación Popular (CITE), que contaba con mando en plaza. Y tras la aprobación del reglamento por la partes implicadas durante una reunión celebrada en el Gobierno Civil, el original proyecto quedó listo para su entrada en funcionamiento.

Llevado por su entusiasmo, Encinas Diéguez no dudo en afirmar que aquella iniciativa suya estaba llamada a "revolucionar" el deporte náutico.

Bajo la denominación oficial de "Servicio de embarcaciones-taxis para pesca deportiva", su ámbito de actuación fueron las cofradías de pescadores, a través de las cuales se ofertaban y contrataban los barcos previamente adscritos por sus propietarios de forma voluntaria. El control general se atribuyó a los ayuntamientos respectivos y la CITE se encargó de la supervisión e inspección de toda la actividad.

De acuerdo con la reglamentación esbozada, las embarcaciones se dividían por sus tamaños en dos tipos: de dos y cuatro tripulantes, y con cabida para un máximo de ocho pasajeros en ambos casos. Las tarifas establecidas se movían también en dos bandas de 800 y 1.000 pesetas al día. Y los usuarios contaban incluso con un seguro a todo riesgo para cubrir cualquier eventualidad o percance imprevisto.

Las embarcaciones adscritas a este servicio turístico dispusieron de un gallardete distintivo, con el color de la ría y una letra T (de taxi) en grande, de color negro sobre fondo blanco para facilitar su mejor visualización.

Las autoridades insistieron mucho en que tanto la falta de esta bandera identificativa, como el incumplimiento de cualquier apartado de los veinticinco artículos que configuraron el citado reglamento, llevaba aparejado la sanción correspondiente. El aviso a los navegantes estuvo claro desde el primer momento, sobre todo para los servicios clandestinos.

Las embarcaciones-taxis comenzaron su actividad el 1 de julio de aquel año 1966. Las cofradías de Sanxenxo y Portonovo aportaron un total de diez barcos cada una y esa implicación tan decidida en el proyecto, que resultó la más numerosa, tuvo como justo reconocimiento una inauguración oficial con salida y llegada entre sus puertos respectivos.

El gobernador civil, Ramón Encinas, estuvo acompañado de Antonio Puig, que entonces desempeñaba el cargo de delegado provincial de Información y Turismo, junto a un nutrido séquito en representación de diversos organismos. El alcalde de Sanxenxo y el Patrón Mayor de Portonovo hicieron las veces de perfectos anfitriones. Todo fueron parabienes aquel día soleado.

Luego el acariciado proyecto embarrancó ante la dura realidad. La demanda de las embarcaciones-taxis resultó escasa. Los más pudientes ya disponían de barco propio o tenían un amigo con quien salir a pescar y disfrutar de un día de mar. Y los menos acaudalados ni tan siquiera en vacaciones podían darse el capricho de satisfacer su contratación a mil pesetas diarias.

El boom de la náutica de recreo tardó muchos años en llegar, como resulta bien sabido. Sin embargo, el transporte marítimo propiamente dicho todavía hoy está muy lejos de calar y mostrar un desarrollo como tal en muchos lugares, incluida la ría de Pontevedra.

Las embarcaciones-taxis se convirtieron al finalizar aquella temporada, medio siglo atrás, en una especie de sueño de una noche de verano de Moncho Encinas. Seguramente merecieron mejor suerte y apenas son recordadas en los municipios costeros, como si nunca hubieran existido.

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