Rajoy lo ha dicho, con 137 diputados no puede aferrarse en su totalidad al programa con que se presentó a las elecciones, pero sí se muestra convencido de poder afrontar una legislatura con acuerdos puntuales con las fuerzas de centro-derecha y del centro-izquierda. Y para ello ha propuesto una mesa de negociaciones que incluya en su agenda abordar temas tan delicados como la negociación de los presupuestos, revisar aspectos de la reforma laboral, un urgente pacto sobre la educación, la reforma de la Constitución, la racionalización de la caja de las pensiones, un acuerdo sobre la regeneración democrática, entre otros, y postergar las zonas de más difícil entendimiento.
El presidente del Gobierno en funciones se muestra, pues, dispuesto a abrir un "diálogo con generosidad", convencido de que hay que ofrecer a la sociedad española un clima de "seguridad, certidumbre y confianza". Lo hace con la certeza del que se sabe ganador de las elecciones en votos y en número de diputados, pero también con la prudencia del que reconoce que ahora deberá superar el trámite parlamentario.
Rajoy se resiste ante la posibilidad de unas terceras elecciones, y ello a pesar de que el PP sería el más beneficiado. Los electores apreciarían sus esfuerzos por pactar razonablemente la constitución de un gobierno y, probablemente, sus resultados se verían notablemente reforzados.
El resto de los partidos constitucionalistas, perdedores todos, se encuentran ante la disyuntiva de permitir un gobierno débil con el que dialogar las zonas de previsibles pactos, aún desde una abstención constructiva, o cerrarse en banda a pesar el pésimo designio de unas terceras elecciones. Una convocatoria a la que deberían enfrentarse con la manifiesta fuga de sus votantes y las serias fracturas que anidan en el interior de sus formaciones. Así las cosas, Mariano Rajoy urge por un pronto entendimiento. El tiempo apremia, dice. El país no perdonaría la prolongación de la zozobra institucional producto de las vacilaciones de algunos.
