Las urnas han emitido la voz del pueblo, que habló con claridad para certificar la hegemonía del Partido Popular, la peligrosa caída del PSOE, el frenazo a los antisistema de Podemos y un fuerte correctivo a Ciudadanos. Cualquier otra lectura de los resultados electorales habría que envolverla en el celofán de la demagogia.

El triunfo de los populares es también el éxito personal de Mariano Rajoy, inmunizándole contra cerriles vetos que aún parecen persistir y que, además de incongruentes, suponen una falta de respeto a los millones de españoles que ha refrendado su confianza en el actual presidente en funciones. Por el contrario, no se puede ignorar que el liderazgo de Rajoy se ha afianzado y aglutina a un Parido Popular unido y sin fisuras. Vetar a Rajoy es vetar al político que fue claro vencedor en los comicios electorales y no es admisible que los pájaros disparen a las escopetas.

Las dos derrotas consecutivas, batiendo todos los récords históricos de fracasos hacen que la ortodoxia y la vergüenza deportiva pidan la dimisión de Pedro Sánchez, aunque pretenda, agarrándose a un clavo ardiendo, defender su posición en base a que no se ha producido el sorpasso de Podemos. Lo cierto es que empiezan a oírse voces internas sobre la necesidad de renovar la Secretaría General y reconstruir un partido imprescindible en el engranaje democrático de nuestro país.

Unas inusitadas encuestas hicieron que los de Podemos sacasen pecho y organizasen ya la fiesta de la victoria. Pero la esperanza resultó ser la pesada broma de un juguetón duendecillo y dio paso a un decepcionante resultado; porque aunque mantienen el mismo número de escaños que tenían, hay que recordar que ahora se logran con las aportaciones de una amplia amalgama de formaciones. Apoyos que pueden perderse y que posiblemente alienten discrepancias internas

Empecinado en ignorar que su origen es muy cercano a la órbita del Partido Popular, Ciudadanos cosechó un fuerte castigo al que se hizo creedor con su veleidosa colaboración con los socialistas. Y el batacazo se inscribe en las coordenadas que piden dimisiones. De momento el Sr. Rivera no lo ha interpretado así, pero la opción no es descartable.

Los resultados electorales, que vaticiné con total acierto hace un par de meses en estas mismas líneas, imponen ahora la necesidad de una sensata y urgente operación de pactos para poder conformar un gobierno estable presidido por Mariano Rajoy. Y a alcanzar tal objetivo, además de la generosidad de los populares, contribuiría el cambio en la Secretaría General de los socialistas, para evitar las vallas de los enfrentamientos personales. Y como la aprobación de los presupuestos está llamando a la puerta, no se puede perder tiempo en prolongadas negociaciones y es posible que incluso sin cambio de interlocutores, la presión de los barones socialistas arbitre fórmulas para el necesario entendimiento; haciendo honor al conocido dicho de que la política hace extraños compañeros de cama; admitiendo que donde dije digo, digo Diego.

Tampoco hay que descartar hábiles argucias que aparentan significativas concesiones que en realidad no lo son. Permítaseme recordar a modo de ejemplo una curiosa anécdota preñada de astucia y picaresca: D. Álvaro de Figueroa, más conocido como conde de Romanones, fue elegido durante más de treinta años diputado por Guadalajara. En un determinado momento D. Antonio Maura -futuro presidente del Consejo de Ministros- se dispuso a disputar el escaño de la provincia alcarreña, pero sus colaboradores le advirtieron que la victoria sería muy difícil, porque se trataba del sempiterno feudo de Romanones, que pagaba los votos a dos pesetas. Maura, que había desterrado de su léxico el vocablo derrota, empezó su campaña subiendo el precio del voto a tres pesetas. Informado Romanones de la nueva situación, fue localizando a los comprados por Maura y les hizo una nueva e imbatible oferta diciéndoles: "Anulad vuestro compromiso, dadme las tres pesetas que os han entregado y aquí tenéis un duro". Romanones arrasó, los electores satisfechos con sus cinco pesetas y el conde pagando las dos pesetas de costumbre, ¡La gran jugada del duro a tres pesetas!

Anécdotas al margen, veámonos en el espejo de varios países europeos y, sea cual sea la metodología, ojalá podamos celebrar pronto que la sensatez y sentido de la responsabilidad han asegurado la gobernanza de España.