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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Un gordo muy simpático

En Roma, a los 86 años, ha muerto el actor Carlo Pedersoli, al que todos conocimos como Bud Spencer, aquel hombretón que junto con Mario Girotti (Terence Hill en las carteleras), protagonizó tantas películas de ese subgénero cinematográfico que se ha dado en llamar spaguetti western en su versión más cómica y combativa. El guion de esas películas era sencillo y sin complicaciones innecesarias. Los dos amigos, uno grande y gordo, y el otro rubio y apuesto, se encontraban por casualidad, simpatizaban enseguida e inmediatamente se compinchaban para deshacerse a mamporro limpio de unos enemigos que los acosaban por todas partes sin que se supiese muy bien por qué. Y siempre salían victoriosos de las peleas por muchos que fueran los oponentes.

Pero lo mejor del asunto es que las trifulcas se resolvían solo a puñetazos y bofetadas y al término de las mismas, especialmente los derrotados, solo debían condolerse de lesiones menores, de esas que se curan en poco tiempo aplicando hielo a los moretones, o mercurocromo a los rasguños. Todo lo contrario de personajes violentos como Rambo, aquel comando supermusculoso, superarmado, y superenfadado al que la industria de Hollywood hizo desembarcar en varios países de Asia para matar decenas (puede que miles) de malvados comunistas con el solo objetivo de demostrar la superioridad, avalada teológicamente por supuesto, de los buenos sobre los malos.

De Rambo, en sus sucesivas versiones, solo pude soportar, por malsana curiosidad, algo más de cinco minutos de proyección, pero reconozco que de las andanzas de Bud Spencer y de Terence Hill hasta pude haber visto más de una película completa en una de esas tardes en que no hay mucho que hacer. Solo, o en compañía de unos niños, porque las peleas de la pareja eran un tongo a ojos vista, como en la lucha libre americana, y los dos protagonistas solían rematarlas con una sonrisa de complacida superioridad o con un pícaro guiño de ojos.

Los italianos son unos genios a la hora de burlarse (o en sentido contrario, de sublimar) los excesos heroicos. Y han dejado magníficos ejemplos de ello en su cinematografía como La Gran Guerra, La armada Brancaleone o El general della Rovere. Bud Spencer y Terence Hill no pretendían tanto pero cultivaban esa misma veta humorística aunque en un tono menor. El que esto firma conocía a Bud Spencer por sus intervenciones en el cine pero ignoraba por completo otras facetas de su vida.

Ahora, me he enterado leyendo sus obituarios en la prensa, que fue un campeón de natación y representó a su país en las olimpiadas de Helsinki, 1952, y Melbourne (1956). Una experiencia parecida a la del famoso Johnny Weissmüller, el primero y legendario intérprete de Tarzán. El actor norteamericano fue campeón olímpico de natación y, gracias a su apostura atlética, elegido como intérprete del personaje literario inventado por Edgar Rice Burroughs.

Me cuesta trabajo imaginar al Bud Spencer gordo que conocimos todos deslizándose de un árbol a otro de la selva cogido de una liana. O lanzando su famoso grito para impresionar a la fauna salvaje en compañía de la no menos famosa mona Chita. Dicen que su última palabra antes de morir rodeado por su familia fue "gracias". Así se despiden siempre del público los buenos actores.

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