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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La Roja y los rojos

Solo un día después de que los rojos tirando a rosa cayesen contra pronóstico en las urnas, La Roja fue apartada del torneo europeo de fútbol en el que venía reinando desde el año 2008. La Historia incurre a veces en estas singulares coincidencias.

El declive del combinado futbolero nacional no ha sumido al país en la depresión, como solía ocurrir en otros tiempos. En esto se conoce que España ha madurado y empieza a parecerse bastante a sus socios de la Europa rica, a la que tanto debemos -literalmente-, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Baste decir que desde su ingreso en la UE, hace ahora treinta años, este país ha multiplicado por cuatro su Producto Interior Bruto. Y eso se nota.

Quizá llevase razón Henry Kissinger cuando dijo que la democracia es un sistema caro que solo resulta viable a partir de un determinado nivel de renta per cápita. Lo que parecía un rasgo de cinismo del entonces ministro de Exteriores de Norteamérica ha demostrado ser finalmente una exacta apreciación de la realidad.

El desarrollo ha enseñado a los españoles que perder y ganar son dos caras de la misma moneda. Otros países menos afortunados siguen tomándose por la tremenda las derrotas de sus selecciones nacionales, como antaño ocurría por aquí, antes de que el Erasmus y los programas de ayuda financiera de la Unión viniesen a quitarnos el pelo de la dehesa.

Históricamente acostumbrados a no ganar nada, los dos campeonatos europeos y el Mundial de La Roja nos pillaron casi por sorpresa, pero enseguida le cogimos el hábito. A nadie sorprendió que la antigua España del sudor y la furia improductiva se travistiese en un alegre equipo de toque brasileiro, leve como una pluma y letal para sus adversarios. Todo ello fue posible gracias a una nueva quinta de jugadores que entendían cabalmente el fútbol como un simple juego en el que uno puede y debe divertirse más allá de marcadores, patrias, himnos y banderas.

Los éxitos de la selección obraron el prodigio hasta entonces inédito de que una victoria de La Roja alegrase por igual a los rojos y a los nacionales, como si solo el fútbol pudiese reconciliar por fin a las dos Españas de Machado.

Las derrotas que luego vinieron en el catastrófico Mundial de Brasil y en la Eurocopa todavía en curso no han hecho sino confirmar que este país y su paisanaje han cambiado radicalmente en apenas unas pocas décadas. Los reveses fueron asumidos con indiferencia casi británica y, por una vez, no se abrió un debate existencial sobre el estado de la nación ni resucitó el pertinaz abatimiento del Desastre de 1898.

Casualmente, o no, un equipo político que concurría a las elecciones apelando a la vieja -e inútil- furia española, a la patria y a la necesidad de enterrar en el mar al enemigo, acaba de ser desautorizado en las urnas por los votantes. A diferencia de La Roja, puede que los autodenominados rojos (dentro de un orden) se hayan equivocado de país.

Por muchos agujeros que la crisis haya abierto en España, acreciendo sus desigualdades, esta es una sociedad más parecida en sus hábitos a la tranquila Alemania que a los efervescentes regímenes ahora en declive en las antiguas colonias de Ultramar. Y aunque quede gente nostálgica del "¡A mí, Sabino, que los arrollo!", ni el fútbol ni la política están ya para volver a los tiempos del gasógeno. O eso creen los votantes.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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