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Ceferino de Blas.

El mejor remedio, buen humor

Contaba el antiguo rector de una universidad española que había vivido con angustia la tarde del asalto de Tejero al Congreso. Encerrado en el despacho, no había dejado de pensar en su antecesor en el cargo, Leopoldo Alas, el hijo de Clarín, que había sido fusilado en 1937, tras quedar la ciudad en poder de los golpistas.

La agitación en el rectorado en aquellas horas había sido contenida, intimidados y pendientes todos de la radio y de las noticias que llegaban de Madrid. Pero cuando a la noche escuchó que José María García, el más popular de los cronistas deportivos, instalaba sus micrófonos frente al Congreso para transmitir las vicisitudes del asalto, respiró. Y comentó a sus colaboradores: esto termina bien. Si José María García se ocupa de lo que está pasando en las Cortes es como si se tratara de un partido de fútbol. Es el final del drama.

Al día siguiente se firmó la rendición de Tejero y sus guardias, y el Gobierno y los diputados pudieron salir del Congreso sin lamentar daños.

La interpretación del antiguo y sabio rector sobre el papel del popular comentarista deportivo, que era capaz de desdramatizar situaciones enrevesadas, puede aplicarse al protagonismo que desempeñaron los humoristas gráficos en los complejos años del final del franquismo y primeros de la democracia.

Años ilusionantes, vistos retrospectivamente, pero conflictivos y a veces angustiosos. Los sentimientos y las ideas estaban a flor de piel, se debatía la ruptura o la reforma, es decir, hacer tabla rasa del pasado, que podía desencadenar un estallido o asumir el pasado con el armisticio de la reforma.

Aunque no conformara a muchos, la sabiduría, basada en la experiencia de un tiempo del que todos tenían algo que lamentar, hizo que apostaran por la reforma, incluidos los comunistas que lideraba Santiago Carrillo.

Para que la transición fuera ejemplar -así se reconoce en conferencias y textos académicos-, hicieron falta el empuje, el talento y la colaboración de muchos personajes y gente anónima.

Entre ellos, los humoristas gráficos, como catalizadores de la tolerancia de los españoles. Dibujantes como Chumy Chumez, Mingote, Máximo, Forges, en la prensa nacional, y Quesada y otros, en la regional , desempeñaron un papel crucial en la convivencia de los españoles. En favorecerla.

Su efecto es equiparable a lo que se cuenta de aquel famoso payaso que, con una depresión de campeonato, acudió a un prestigioso psiquiatra en busca de alivio. Tras escucharlo el médico le recomendó que acudiera al espectáculo de un ingenioso payaso que actuaba en la ciudad. Era él. Un remedio para mitigar su ansiedad era asistir a una de sus actuaciones.

La analogía sirve para comprender lo que ayudaron los humoristas gráficos a hacer soportable la convivencia de sus coetáneos, y que el crimen de los abogados de Atocha, o la intentona de Tejero y Milans del Bosh fueran casos aislados.

Con su capacidad de interpretar la realidad en clave de humor, de extraer una sonrisa de las situaciones conflictivas, desdramatizaron la vida cotidiana.

Por eso el chiste del día de cualquiera de estos intérpretes del acontecer diario era lo más seguido de los medios informativos, repetido y comentado en las conversaciones de café.

Cuando ya han desaparecido varios de ellos -Quesada hace unos días-, viene al caso su ejemplo para los nuevos. Hacer sonreír a la gente ayuda a superar sin ira circunstancias complejas.

Lo peor que podría ocurrir es que, en momentos de turbación y nerviosismo, los buenos humoristas dejaran de dibujar. Ocurrió en la España de la posguerra. Desde los años veinte había habido una floración de grandes caricaturistas, y los periódicos estaban plagados de chistes. Tamizaban la realidad circundante y la hacían tolerable.

Después de la Guerra Civil, y durante un par de décadas, el humor desapareció de los periódicos, por imperativos de la censura. No había ni el alivio de la sonrisa de una viñeta gráfica. A este periódico volvió con Quesada en el año de 1961. Por eso son tan necesarios los buenos humoristas, más en tiempos de confusión e incertidumbre.

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