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El fracaso de Eton y la amenaza populista

Se dice que algunas de las grandes batallas de la historia las ganó Inglaterra en los campos de juego de Eton College, resaltando de esta forma la importancia de la educación de sus élites. Bien, Gran Bretaña ha sufrido ahora una derrota que compromete el futuro de sus hijos, con la inmensa mayoría deWestminster, incluido el primer ministro, a favor de la teoría de proseguir en la Unión Europea que ayer se evaporó en las urnas.

"The Times" subrayaba que de los 650 miembros del parlamento 490 son partidarios de la permanencia europea y creen que el Brexit es una equivocación. Muchos de ellos piensan que se trata de una grave equivocación. Y no pocos, recalcaba el rotativo londinense, de una auténtica catástrofe. La respuesta de por qué la democracia parlamentaria británica ha renunciado a ejercer la representatividad otorgada por el pueblo soberano la tienen en el penoso aspaviento deCameron que con tal de reforzar su posición dentro del partido decidió lanzarse una vez más a la aventura plebiscitaria, sin saber al parecer dónde se metía o creyendo que el experimento iba a resultar igual de favorable que en el caso deEscocia.

Pero no. Frente a la mayoría parlamentaria elitista que ahora se resigna a una suerte que nadie podría explicar en estos momentos las consecuencias que acarreará, ha vencido la minoría elitista deWestminster, de Boris Johnson y Michael Gove, respaldada por el fervor popular xenófobo que despierta un bufón de la calle llamado Nigel Farage no elegido por los británicos y cuyo pensamiento más elevado consiste en dejar constancia que lo único comparable al último whisky de la noche es la primera cerveza del día.

Farage encarna uno de esos dramas que de vez en cuando nos regala el populismo. Sin un gran esfuerzo, se podría ver en él al homólogo británico deDonald Trump. Ninguno de los dos surgió de la nada. Ambos son ricos y tienen la habilidad especial de tocar las fibras sensibles de la gente corriente. Ambos han sabido explotar con facilidad el pozo profundo de resentimiento social que existe entre los votantes de la clase obrera y muchos otros procedentes de las capas medias, que en ocasiones anteriores apoyaron opciones de izquierda y de centro. Se puede establecer también un paralelismo racista y xenófobo entre ellos. En Gran Bretaña, el líder deUKIP sólo tiene que difundir el mensaje de que Europa rapiña más que lo que ofrece a cambio, mientras los servicios básicos se resienten y los inimigrantes se benefician de la situación. Trump ha presentado una visión de pesadilla de Estados Unidos invadida por criminales mexicanos y terroristas musulmanes. A su vez, Farage basó parte de su campaña en carteles con miles de refugiados sirios haciendo cola para entrar en Eslovenia acompañados del eslogan "Ruptura: la UE nos ha fallado". El racismo y el nacionalismo profesan una misma doctrina, del mismo modo que los demagógos que intentan guiarlos. El populismo que los inspira permanece confinado habitualmente en los rincones de las democracias de verdad y sin embargo en estos momentos vive un resurgir en el Reino Unido, en Estados Unidos, en Francia, en Holanda y en otros lugares.

Históricamente, la transformación de los partidos radicales de la derecha o de la izquierda en movimientos de masas han traido algún tipo de calamidad, a veces una gran guerra, otras una depresión económica. A principios del siglo XX Europa fue testigo de ambos con resultados catastróficos. Tras la era del bienestar que sucedió a los conflictos bélicos mundiales, en las últimas décadas los países occidentales han sido sometidos a fuerzas de presión que, aunque no son tan visibles o dramáticas como las guerras y las depresiones, han demostrado ser igual de desestabilizadoras, como es el caso de algunos de los efectos mal interpretados de la globalización. En Estados Unidos, no es casualidad que Trump obtenga sus mayores réditos en el rust belt y, al mismo tiempo, en las áreas más desindustrializadas del país. Tampoco es casual que el UKIP sea popular en las antiguas ciudades industriales del norte de Inglaterra, en la región de West Midlands, y en suburbios obreros de Londres.

Sólo el bienestar social mantiene a los populismos extremistas a buen recaudo, por eso la lectura que se hace de estos fenómenos debe estar acompañada siempre del progreso como oposición. Algo que alejaría del furor plebiscitario a personajes como Farage dispuestos a contradecir la vieja teoría inglesa de que un mono escribiría a mano la Biblia si le das tiempo. Él no lo intenta, pero seduce al inglés descontento con kilos de demagogia.

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