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De vuelta y media

El Lar Ramiro Abilleira abrió en 1956 esta cafetería estilo art decó frente a la Ruinas y se hizo popular de la mano de Manolo Fontán hasta su jubilación en 1995

La inolvidable cafetería Lar tuvo una vida en cierto modo efímera, puesto que no alcanzó el medio siglo, condición sine qua non para merecer la categoría de leyenda entre los bares pontevedreses, como el Moderno, Méndez Núñez, Savoy, Carabela y algún otro.

No llegó a cumplir los cuarenta años -se quedó en treinta y nueve y medio para ser exactos--, pero disfrutó de una actividad hostelera que mejoró con el paso del tiempo, como los buenos vinos y licores que servía entre café y café torrefacto no tan apreciado. De ahí que todavía hoy se recuerde con nostalgia y cariño entre su fiel clientela.

El barman Manuel Fontán Solla estableció un antes y un después al frente del negocio. Esas dos etapas, en cierto modo, se correspondieron con el ocaso del franquismo y el resurgimiento de la democracia. La clave de ese paralelismo estuvo en su cercana equidistancia del Ayuntamiento, la Diputación y el Gobierno Civil, que compartieron con el bar su propia evolución histórica.

El Lar se inauguró el domingo, 17 de junio de 1956, por iniciativa de Aurelio Fontán Abilleira, incansable promotor de la hostelería pontevedresa. Oriundo de Lérez, hizo dinero en Argentina y a la vuelta multiplicó su fortuna montando primero y enseguida traspasando un considerable número de bares y cafés, incluido el Savoy.

Inmediatamente después de dejar el Carabela en manos de Manuel Alvariño en 1954, Fontán comenzó a barruntar un nuevo proyecto y así nació el Lar en la calle Riestra, frente a las Ruinas de Santo Domingo.

Aurelio Fontán acudió a sus dos colaboradores habituales para el desarrollo de sus iniciativas: el arquitecto Emilio Quiroga y el decorador Ramón Peña. Ambos estamparon sus rúbricas en el Lar, que se presentó al público como una cafetería americana.

Una vistosa ambientación de inequívoco estilo art decó marcó todo su mobiliario, que permaneció invariable desde el primero hasta el último día del Lar. Probablemente del estudio de Peñita, un magnífico dibujante además de bohemio empedernido, salió el nombre del Lar, cuyas tres letras representó a base de cucharas y tenedores entrelazados, así como el anagrama de mesas y sillas con un velero en medio del oleaje.

"Visite usted cafetería Lar. Quedará satisfecho". Así rezó su primer anuncio, directo pero nada original, que se publicó a poco de la apertura.

Desde aquel inicio, unos deliciosos calamares que recordaban mucho a unas buenas rabas cántabras, tanto en tapa como en bocadillo, se convirtieron en el principal reclamo gastronómico del Lar; casi tanto como ocurrió luego con los calamares del Carabela. Las empanadillas no menos reputadas llegaron más tarde.

El cliente más importante del Lar durante su primera etapa no fue otro que Gonzalo Torrente Ballester. Enseguida contó con tertulia propia instalada en la mesa del ventanal, entrando a la izquierda. Don Gonzalo comenzó a frecuentar la cafetería en 1964, después de su complicado éxodo de Madrid a Pontevedra, cuando empezó a dar clases en el recién creado Instituto Femenino. El Lar estaba a un paso.

En torno a Torrente se reunían allí a media mañana los profesores Manolo Domínguez Lores (Literatura) y Jaime Álvarez Besada (Dibujo), junto al capitán Xosé Fortes Bouzán, entonces destinado en el cuartel de San Fernando, aunque también daba clases particulares. Precisamente de aquella tertulia bebió cuanto pudo don Gonzalo sobre la historia de Pontevedra, que luego volcó en "Los gozos y las sobras" y "La saga fuga de J.B", sus obras maestras con muchos guiños a esta ciudad.

Manuel Fontán Solla dató en 1976 su arrendamiento del Lar por medio de la viuda del propietario de La Mezquita, otro bar histórico. Entonces comenzó su segunda etapa, que luego fue postrera.

Tan fuerte resultó la impronta de Manolo en la barra y su mujer Pepita en la cocina, que sus clientes más jóvenes piensan hoy que el Lar nació y murió con este matrimonio. En cambio, los clientes más veteranos aún recuerdan hoy a Manuel Fontán tras la barra del Savoy, donde empezó como aprendiz con 14 años.

Junto a Manolo y Pepita marcaron una época en el Lar, la cocinera Carmen, verdadera artífice de sus sabrosas empanadillas y sus renombrados calamares, y el camarero Suso, que cambió de actividad y ahora trabaja como taxista.

El Lar cerró sus puertas el 30 de noviembre de 1995, pero no por falta de clientela, sino en razón de la bien merecida jubilación de Manolo y Pepita. Con ellos también desapareció la cafetería, tal y como permaneció durante esos casi cuarenta años. Una pequeña parte del local original más próxima a la esquina del Ayuntamiento dio vida a Foto Olimpio, en tanto que la otra parte más amplia pasó a albergar la cafetería A Devesa.

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