El mar constituyó a partir del siglo XIV una defensa natural contra las invasiones de Gran Bretaña (GB). Hasta entonces hubo migraciones primitivas, colonización celta -que no fue propiamente invasiva- e invasiones romana, anglosajona y normanda. Aún se registraron dos desembarcos escandinavos tardíos de menor impacto. Con el auge de la flota británica, los intentos de Felipe II, Napoleón y Hitler fracasaron por el obstáculo que representaba franquear el mar victoriosamente.

Con esos precedentes y la densidad histórica adquirida por la expansión imperial de Inglaterra, primero, y del Reino Unido (RU), después, no fue fácil sacar a los británicos de su orgulloso aislacionismo. RU, adelantada potencia europea, no firmó el Tratado de Roma. En su primera aproximación para formar parte de la CEE, De Gaulle impuso un veto que todo el mundo entendió como revancha personal por los desprecios sufridos en el exilio londinense (recuerden: Ici Londres!)

En 1994, el túnel de la Mancha/Eurotúnel (Tunnel sous la Manche/Channel Tunnel) rompió simbólicamente la insularidad pero no cambió la mentalidad de todos los británicos. Y no la cambió porque el orgulloso aislacionismo no carece de justificación. Después de formarse en Alemania -antes de especializarse en Cambridge en lógica y filosofía del lenguaje- Ludwig Wittgenstein realizó prácticas de ingeniería en Manchester. Una leyenda urbana le atribuye haber descubierto allí el principio del motor a reacción. Leyendas aparte, sí es cierto que dijo que los ingleses nunca serían tan buenos ingenieros como los alemanes pero que Alemania tampoco sería capaz de crear una civilización tan perfecta como la británica.

Resulta tentador, y demasiado fácil, atribuir al orgullo y egoísmo británicos los enfrentamientos del RU con las instituciones europeas. Tentador pero inexacto. Domina una interpretación interesada del papel jugado por RU en la construcción europea. Varios de los considerados grandes logros de Europa -mercado único, protección del entorno, defensa de la ampliación, etc. - llevan la impronta del RU. Y si no entró en la zona euro no fue por temor a perder su singularidad monetaria. Los distintos gobiernos británicos, y los ciudadanos en su mayoría, con admirable lucidez se negaron a tragar el postulado de que el euro era imprescindible para el buen funcionamiento del gran mercado interior europeo instituido por el Acta única. RU nunca se opuso a la zona euro sino que rehusó formar parte de un totum revolutum en el que las disparidades estructurales traerían antes o después graves problemas.

Transversalidad

Ante el referéndum del 23 de este mes, la opinión de la población del RU está muy dividida, dentro de las clases sociales y en el seno de los partidos. No confundamos ruido de fondo con información.

El acrónimo Brexit une las palabras British (británicos) y Exit (salida) en referencia al susodicho referéndum para decidir si salen de la Unión Europea (UE). Los simpatizantes de la permanencia, in, se agrupan transversalmente en el campo Vote Remain mientras que los partidarios del Brexit, out, se aglutinan en el Vote Leave.

El promotor del referendo fue Nigel Farage, líder del Partido por la independencia del Reino-Unido (UKIP) que lo reclamó durante años hasta que el premier, David Cameron, lo acordó. Actualmente, el papel de Farage, generalmente considerado racista, es secundario siendo el verdadero protagonista del campo Vote Leave, es decir, del Brexit, Boris Johnson, exalcalde de Londres. Johnson, beligerante e inteligente eurófobo, exalumno de Eton y Oxford, fue corresponsal en Bruselas del Daily Telegraph entre 1988 y 1994. Lo enviaron con una misión precisa, siguiendo los deseos del propietario del periódico: influir en el debate europeo con sus artículos. Extrovertido, de gran talento y carisma, fue respetado en las salas de prensa por plantear las preguntas más incisivas y escribir columnas ampliamente documentadas. Astutamente, más que atacar la idea de Europa acosaba a la burocracia y especialmente al presidente de la Comisión, Jacques Delors, cuya oculta ambición era llegar a ser el presidente electo de una Europa supranacional en la que habrían desaparecido prácticamente las soberanías nacionales. Conocí a Delors en la Université Paris-IX Dauphine, antes de que fuese ministro de Mitterrand, y no me espantan las sospechas de Johnson.

La intención de voto está distribuida transversalmente porque tanto entre conservadores como laboristas hay partidarios de uno u otro campo, in y out, no predomina el voto ideológico, en el sentido de derecha o izquierda política. Johnson y Cameron militan en el mismo partido pero el segundo defiende la permanencia. Jeremy Corbyn, líder laborista, también defiende el in pero casi el 40% de sus votantes optan por out. Bajo todo ello se esconden, como siempre, ambiciones personales. Johnson contra Cameron y Corbyn; Nicola Sturgeon -premier de Escocia e independentista- contra todos al ver en la salida de la UE la posibilidad de un nuevo referendo aunque la caída del precio del petróleo no favorezca la independencia de Escocia en este momento.

Los campesinos mayoritariamente prefieren quedar dentro de la UE, subvenciones mediante, contrariamente a los trabajadores de las regiones golpeadas por la desindustrialización. Evidentemente, las élites cosmopolitas, tan abundosas en Londres, defienden la posición in lo cual es suficiente motivo para que amplias capas populares quieran castigarlos con la opción out.

Inmigración y burocracia

La razón sentimental más poderosa para muchos ingleses inclinados hacia la salida -por ejemplo, el escritor Frederyck Fortsyth- es que dentro de la UE no se sienten completamente independientes, se sienten atrapados en los Tratados y en una política dirigida por el binomio franco-alemán que tildan de poco maduro democráticamente. Los euroescépticos distan, sinceramente, de considerarse demasiado nacionalistas asumiendo sus preferencias por el curry, vinos franceses, porto y vehículos alemanes y japoneses. Y residenciarse en España cuando se retiran. Lo que les molesta es verse desposeídos de la soberanía.

Detestan la burocracia de Bruselas demasiado bien pagada y sin respaldo democrático, según ellos, al no haber sido elegida sino designada en función de la sumisión a la ideología europeísta y antinacional para con los países miembros de la UE. Se añaden razones, no siempre justificadas, de carácter económico y otras laborales y de seguridad ciudadana pretextando la crisis migratoria. Numerosos británicos no aceptan las cuotas que asigna la UE imperativamente al RU y denuncian de consuno la libre circulación de personas y especialmente el Tratado de Schengen. Hay que reconocer que, en cierta medida, Alemania, Austria y Suecia les dan implícitamente la razón al reintroducir el control de fronteras para frenar el flujo de refugiados.

Otra manifestación de transversalidad es que el euroescepticismo no se apoya siempre en las mismas razones que, paradójicamente, frecuentemente son de carácter opuesto. Euroescépticos ultra-liberales económicos apoyan la inmigración para favorecer la disposición de mano de obra abundante, especialmente en la construcción; otros, quedó dicho, son ferozmente hostiles a la inmigración. Argumentan que cada año se añade a la población británica una ciudad como Newcastle -280.000 habitantes- consecuencia de la llegada de extranjeros. Boris Johnson denuncia explícitamente la presencia de los expatriados de la UE que pueden trabajar libremente en mejores condiciones que indios, pakistaníes u otros inmigrantes oriundos de la Commonwealth por los que siente mayor simpatía.

Avales

Ante asunto de tal calado, desde hace varios meses se bombardea a los británicos con cifras alarmantemente disparatadas respecto a las consecuencias de la salida de la UE que sería especialmente mala para el resto de Europa. El Tesoro británico, Downing Street, el FMI, la OCDE, el Banco Mundial, la LSE, UBS, Banco de Inglaterra, etc., todas las instituciones coinciden en sus diagnósticos más o menos pesimistas al tiempo que, si nos fiamos de los sondeos, los Vote Leave aumentan. Y es que estos tienen a favor la prensa popular de mayor difusión. Por ello, los partidarios del Vote Remain reclaman entre bambalinas que la reina, 90 años, se pronuncie. La reina y el clero.

Para los británicos, la postura oficial que goza de mayor solvencia es, en primer lugar, la del Banco de Inglaterra y, después, la de Elizabeth II. Jefa del Estado ante la que deben arrodillarse los ministros para ser admitidos en su Consejo privado. Dada la discreción real, no es consuelo menor para el campo del in que Obama se haya posicionado a favor.

Cartas ocultas

No son de recibo las obstinadas propuestas que insisten en la importancia de profundizar la integración para combatir el euroescepticismo. Todos los políticos europeos de fuste coinciden en que el camino seguido hasta ahora no es el adecuado y, por el contrario, urge reconsiderar los Tratados. Incluso Wolfgang Schäuble, en declaraciones a Der Spiegel, está de acuerdo en que sea cual sea el resultado del 23 de junio no se puede seguir profundizando ni la integración ni la ampliación. Schäuble, notorio halcón que asfixió entre sus garras a Varoufakis, baraja la peregrina idea de excluir a RU, si gana el out, del mercado único a pesar de que se permite participar a Noruega y Suiza que no pertenecen a la UE.

No todos los intereses en juego afloran a la superficie del debate. Declaraciones escandalizadas aparte, hay quien en Francia se frota las manos esperando atraer bancos internacionales y empresas multinacionales, en caso de Brexit, y convertir París en la alternativa financiera de Londres. El temor de los alemanes, los que más temen la salida de GB, es quedar uncidos definitivamente al así llamado tándem franco-alemán. Dentro de la propia GB, los partidarios del in tampoco muestran sus cartas si bien todo el mundo sabe que si se imponen en el referéndum, Londres querrá renegociar favorablemente medidas específicas, casi equivalentes al abandono, pretextando inestabilidad de la UE y de la zona euro.

De lo que ya quedan pocas dudas en Europa -si excluimos a ingenuos o interesados- es que gnomos de Bruselas y tecnócratas a sueldo pueden llevarnos a cualquier desastre. El Brexit no es para tanto. Como dice el genial Michel Houellebecq Cuando se ha perdido la esperanza aún puede suceder algo peor.