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Ceferino de Blas.

Capital, pero desburocratizada

Nadie conoce cómo va a ser el nuevo Vigo con rango de capital, pero tiene que huir como de la peste de convertirse en una ciudad de funcionarios.

Su peculiaridad se asienta en el talento y esfuerzo de sus pilares sociales: el componente humano de su sociedad civil. Siempre ha sido un pueblo de trabajadores, comerciantes, empresarios y profesionales libres. Nunca ha sido burocrática.

Durante siglos los funcionarios se han limitado a los del Ayuntamiento, los militares de la pequeña guarnición del Regimiento Murcia, y la Guardia Civil. Si se añade el estamento judicial, los componentes de Aduanas, Correos y del Puerto, numéricamente irrelevantes, se cierra el círculo.

En materia escolar, no ha habido profesores públicos hasta el año 1927, cuando se crea el Instituto Santa Irene, y el conjunto de maestros nacionales en la ciudad era reducido.

La docencia, en Vigo, la impartieron durante muchos años buenas academias y los colegios de religiosos, algunos tan prestigiosos como el de los Jesuitas y los Maristas, o femeninos como el de Cluny.

La medicina, que ahora suma miles de "funcionarios", hasta hace no muchas décadas era preferentemente privada.

En resumen, Vigo, hasta mediados del siglo pasado era una población joven y civil.

No pertenece al grupo de ciudades del antiguo Reino de Galicia, que cada año recuerdan su antiguedad con la Ofrenda. Vigo es joven como ciudad (1810), como diócesis eclesiástica (1959) como universitaria (1988) y como capital.

Juventud y civilidad son las características que conforman su esencia y no pueden modificarse en el deber ser de la capitalidad.

Un ejemplo de cómo los vigueses defendieron la singularidad de su ciudad se produce en los años veinte, en un periodo de crecimiento urbano, cuando se derribaban viejas edificaciones y se construían otras que modificaban su imagen. Se pedía para Vigo una edificación propia. "Entonces podría mostrar un carácter distintivo en todos los aspectos; una nota de originalidad que la hiciese mucho más atrayente, en lo nuevo y en lo viejo".

Desde la premisa de la diferencia se deduce que no está destinada a homologarse con las viejas capitales en el componente burocrático, sino a revestirse de un estilo propio, del siglo XXI.

Es con el personal más capacitado de los concellos del área y con el manejo de las últimas tecnologías y el elemento digital con lo que deberá gestionar las competencias que asuma en materia de financiación, representatividad y funcionamiento.

La capitalidad no puede conducir a formar un cuerpo de funcionarios. Y las transferencias que reciba, en ningún caso pueden interferir las de otras administraciones. Es uno de los peligros reales de la nueva condición.

Vigo llega a la capitalidad como la ciudad más poblada de Galicia, con un fuerte componente industrial, un sector de servicios en crecimiento y un armazón sociocultural bien asentado. Es una ciudad cada vez más armónica.

El rango de capital no es un fin - ya lo fue, aunque efimeramente, en tres ocasiones en el siglo XIX-, sino un medio que permite conseguir nuevos objetivos para la ciudad y el área metropolitana.

Contrae el compromiso de liderar el territorio integrado, facilitando la interconexión de los concellos, y procurando que haya mejores servicios, más ágiles y económicos.

La capitalidad, en definitiva, no debe costar más al ciudadano, sino solucionarle mejor los problemas. Y en ningún caso puede impeler a cambiar la condición sociológica de Vigo mediante la burocratización de su sociedad.

La escena de los bares y cafeterías aledaños a las sedes administrativas, llenos de funcionarios a la hora del café o el bocadillo de la mañana, que se ha incrementado en los últimos años por el aumento de servicios públicos, no puede ser la imagen de la nueva capitalidad.

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