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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El fútbol, más que la Constitución

A Gerard Piqué le pitaban en casi todos los campos, excepto el suyo, porque hacía bromas con el Madrid, porque era catalán y catalanista, porque se había echado una novia famosa o por todo eso a la vez. O simplemente por su intolerable condición de joven, alto y millonario, atributos que puntúan a la contra en una España donde la envidia compite con el fútbol como deporte nacional. Quién sabe.

Ahora que ha marcado un gol de importancia para la selección, el público que antes hacía música de viento le aplaude ya con entusiasmo y hasta corea su nombre. Pasar de malo a chico de la película depende a veces de una cuestión tan simple y azarosa como alojar un balón dentro de una red. Para que luego digan que los españoles son rencorosos.

El caso Piqué, que en realidad es una mera anécdota, viene a confirmar que no son la Constitución o la Historia las que vertebran a España, sino la mucho más trascendente argamasa del fútbol.

También la lotería y las quinielas unen lo suyo a este país de tendencias centrífugas; pero es el balón lo que de verdad estrecha lazos entre los diecisiete reinos autónomos. Unas comunidades que, como es sabido, se parecen tan solo en su común deseo de ser distintas a las demás mediante la exhibición de sus rasgos diferenciales.

Algo parecido solía decirse de Portugal, que en tiempos de la dictadura salazarista estaba unido por tres efes: la del fado, la de Fátima y, sobre todo, la del fútbol. La diferencia es que allí no tienen el mismo problema territorial que esta España nacida por agregación de reinos -como Gran Bretaña, curiosamente- padece desde la época de las guerras carlistas o por ahí.

Tanta es la trascendencia del fútbol en este país que a menudo se apela a él para justificar ya sea el unitarismo, ya el separatismo.

Los reinos históricos y aun los que no lo son rivalizan por formar sus propias selecciones autonómicas, con gran aparato de banderas y efusiones nacionalistas en algunos casos. Pero también los partidarios de la unidad han citado como argumento de peso el hecho de que el Barcelona -un suponer- debería jugar una Liga mucho más aburrida con el Llagostera y el Sabadell en la hipótesis de que Cataluña se independizase. Y esas son palabras mayores, desde luego.

Del mismo modo que el Barça es más que un club, el fútbol excede también la mera condición de deporte, como bien entendió un anterior gobierno al declararlo "de interés nacional". De ahí que las peripecias últimamente felices de la selección española alcancen la categoría de asunto de Estado; y que el cargo de entrenador de La Roja sea casi tan importante -y controvertido- como el de presidente del Gobierno.

Habrá quien encuentre exagerado que la unidad y fraternidad de un país dependan de un deporte sometido, como todos, a las leyes del azar; pero quizá se trate en realidad de una ventaja.

El fútbol no deja de ser una curiosa expresión de la democracia en la medida que obliga a veintidós millonarios a sudar la gota gorda sobre el césped para disfrute de cientos de miles de espectadores que acaso tengan dificultades para llegar a fin de mes. Tal vez sea ese valor profundamente democrático del fútbol lo que le da ventajas parecidas o superiores a las constitucionales en lo tocante a unir a los españoles alrededor de un balón. El caso de Piqué, ayer villano y hoy héroe, habla por sí solo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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