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Entre la trivialidad y el riesgo

Reflexiones al inicio de la campaña electoral

La campaña electoral que ya empezó traerá pocas novedades. Acaso, alguna formal: parecen, por ejemplo, proliferar los vídeos como forma de comunicación e, incluso, los himnos, remodelados o no. Pero no hay nada nuevo que vayan a decirnos o puedan decirnos los concurrentes: en forma de programa lo han dicho ya en la campaña de las anteriores elecciones o lo vienen diciendo en estos meses. Sin embargo, sí hay una importante novedad: lo que han dicho mediante el hacer (o no hacer) a lo largo de los días transcurridos entre las anteriores urnas y el comienzo de estas. Ahora el ciudadano menos avisado ya sabe -si es que quiere saber- qué son de verdad los nuevos partidos o cómo se van a comportar los viejos. "Por sus obras los conoceréis", dice el Evangelio mateíno. Y es que las palabras son o pueden ser los disfraces del engaño, pero los hechos son la prueba testifical del ser.

Ahora bien, esa trivialidad de la comunicación en palabras, programas y gestos no puede hacernos olvidar que están en juego cosas muy importantes, cosas que nos pueden ayudar a seguir, con más o menos altibajos, el camino de progreso y bienestar de los últimos siete lustros o hundirnos en una ciénaga de desempleo y conflictos sociales, como lo evidencia el programa explícito en hechos y discursos -por más que ahora traten de ocultar el tósigo sirviéndolo en copa de cristal de Bohemia adornada en su borde con una corona de azúcar rosado y escarchado- de alguna congregación de partidos.

De modo que quien aún tenga alguna duda sobre lo que significará (esto es, para qué valdrá) su voto el día 26 de junio deberá escarbar bajo la palabrería, no solo de los partidos y los candidatos, sino bajo las soflamas o trivialidades de la pléyade de comentaristas que pregonan o profetizan desde las tribunas de los medios, a fin de averiguar los hechos y sobre ellos reflexionar, olvidándose de palabras y proclamas.

Permítanme en el inicio de esta romería de quince días, invitarlos a considerar dos cuestiones con respecto a su voto. La primera, usted no vota a ninguno de los candidatos ni a ninguno de los partidos, ni a Rajoy, ni a Sánchez, ni a Iglesias, ni a Rivera. Usted se vota a sí mismo: sus intereses, los de sus próximos y los de sus prójimos. No debe votar en razón de a quién -partido o persona- tiene más simpatía o antipatía, sino de quién va a defender mejor sus intereses. O, con más claridad y, tal vez, más realismo: quién le va a hacer menos daño.

En segundo lugar, y teniendo por seguro que cualquier gobierno que se forme necesitará del acuerdo o apoyo de otro u otros, calcule el efecto de rebote de su sufragio, esto es, a quién será entregado en última instancia, a qué combinación final va a servir. No sea que, encaminado su voto a defender sus intereses, acabe dañándolos.

Porque, lo sabe de sobra, tras tanta trivialidad y reiteración de tópicos se esconde un riesgo cierto para todos si las cosas caminan en determinada dirección. Y aun en el caso de que usted no crea que existe ese camino al abismo, piénselo también, porque lo que sí es cierto es que su voto se sumará al de otro pensamiento distinto a fin de formar gobierno.

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