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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Teledemocracia a la italiana

Aunque no se pusieran de acuerdo en elegir un gobierno, diputados de todas las ideologías sí han coincido en reclamar un finiquito de 8.000 euros a cuenta de los dos últimos meses no trabajados. Tampoco es que la faena los herniase durante los cuatro o cinco meses que dedicaron a marear la perdiz; pero al menos entonces debían comparecer de vez en cuando por el Congreso.

Nada nuevo, en realidad. Lo primero que suelen hacer los parlamentarios cuando se constituyen las Cortes es fijar la cuantía de su propia paga, trámite que resuelven con la general unanimidad de izquierdas y derechas. No ha de extrañar que hagan lo mismo a la hora de acordar y cobrar la liquidación por los servicios prestados.

No es que esto importe mucho, dado que la política ya no se hace en el Parlamento, sino en los platós de televisión. Debiera ser Berlusconi y no el contribuyente quién les pagase la nómina.

Los líderes y demás miembros del escalafón de cada partido aceptan, en efecto, el papel de figurantes que les asignan los directores de los programas de mayor audiencia. Allí los ponen a recitar sus papeles, acompañados unas veces por niños, otras por público que interpreta el papel de familias y siempre bajo la tutela de algún presentador famoso. Bertín Osborne, Ana Rosa Quintana, Pablo Motos y Susanna Griso, entre otros, ejercen el papel de maestros de ceremonias en esta curiosa variante televisiva de la democracia que ha adoptado España.

Como es natural, las teles explotan todas las posibilidades escénicas del medio. La otra noche, por ejemplo, cierto canal organizó un debate de chicas -o de género- contra el que, extrañamente, apenas se oyó alguna débil protesta de las feministas y de las mujeres en general. Pero aún hay más modalidades con las que experimentar.

Restan dos semanas de campaña, así que conviene prepararse para un debate entre los representantes más añosos de cada partido; otro en el que discutan los candidatos de distintas religiones e incluso alguno que reúna a los políticos más habilidosos en la cocina. Ni siquiera conviene excluir la hipótesis de que a algún programador imaginativo se le ocurra juntar en un set a un grupo de candidatos calvos.

Vivimos en una teledemocracia a la italiana, como corresponde al duopolio que gobierna los canales españoles. Las masas son las que deciden con el mando a distancia quién o quiénes van a ser premiados con los mejores índices de audiencia, que probablemente coincidirán después con la cosecha que cada uno obtenga en las urnas. Se trata de una democracia de tresillo y salita de estar, como de andar por casa; pero tampoco hay que ponerse exigentes con estas cosas en un país latino.

El único inconveniente reside en que, forzados por las exigencias de la tele, los polemistas dejen a un lado la razón para apelar al sentimiento del votante. Unos tratarán de excitar la lógica ira de los ciudadanos a cuenta de la corrupción y la crisis; otros apelarán al miedo a lo desconocido y hasta habrá quien intente tocarles la fibra sensible con corazoncitos y frases de telenovela.

Los argumentos son un asunto superfluo en la tele, espacio escénico donde importan más la oratoria, la gesticulación y el atuendo de los candidatos transformados en concursantes. Lo raro es que a nadie se le haya ocurrido aún elegir al Gobierno por el tradicional y mucho más vistoso método de votaciones de Eurovisión; pero todo llegará.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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