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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Menos gobierno, mejor gobierno

Muchos españoles han dejado de preocuparse por la carencia de un gobierno con plenos poderes, según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. Es lógico. Ya han visto que no pasa nada, aunque parezca -erróneamente- que se encuentra en suspensión el Estado paterno que los lleva de la mano a cobrar la subvención o les arregla sus asuntos íntimos.

El país sigue funcionando igualmente en ausencia de gobierno, con la ventaja de que no hay que temer sobresaltos los viernes, cuando el Consejo de Ministros se reunía para perpetrar, por lo general, alguna fechoría contra el ciudadano.

Probablemente los españoles consultados por el CIS le estén dando la razón, sin saberlo, a Thomas Jefferson, quien sostenía que el mejor gobierno es el que menos gobierna. El tercer presidente de los Estados Unidos y autor de su Declaración de Independencia profesaba la creencia de que el Estado es un mal menor del que no conviene abusar, al igual que de las medicinas. Ya se sabe que, ingeridas en grandes dosis, ejercen el efecto contrario al deseado.

La interinidad gubernamental en la que España vive desde hace seis meses no deja de confirmar esa hipótesis. Baja el paro, mejora la economía e incluso los meteorólogos anuncian un verano especialmente cálido que permitirá frecuentar las playas sin riesgo de nubarrones. Y todo ello a pesar de -o gracias a- contar con un mero Gobierno en funciones que ha de limitarse a tramitar los asuntos ordinarios.

Esta experiencia de gobierno light ha de ser sin duda beneficiosa para un país como España, donde la gente en general ansía la tutela del Estado hasta en la cama y cree algo exageradamente que los empleos los crea la autoridad al mando. Si no de otra cosa, este medio año de tregua gubernamental habrá convencido tal vez a muchos de que la economía depende de las empresas; y la lluvia de los azares atmosféricos. Poca responsabilidad cumple adjudicarle al Gobierno en cualquiera de esas cuestiones.

La fe de los españoles en las virtudes milagrosas del Estado procede, curiosamente, de los tiempos del franquismo. El Caudillo de la voz de flauta se empeñó en crear un Estado abiertamente totalitario que, como la propia palabra indica, lo abarcaba todo: desde la vida privada de los ciudadanos hasta el control de las finanzas.

Bajo su régimen, la economía se sometió a la planificación central del Estado mediante Planes de Desarrollo que, incluso en su duración, se asemejaban extraordinariamente a los famosos planes quinquenales de la Unión Soviética. Progresista sin saberlo, el Centinela de Occidente no dudó siquiera en crear una Seguridad Social directamente inspirada en la del exsocialista Benito Mussolini.

Gracias al guirigay surgido de las últimas elecciones, los españoles maleados por el Generalísimo están descubriendo ahora que la tarea de un gobierno es más bien lateral y, en realidad, carece de importancia. El país funciona igual, o incluso mejor; y todo lo malo será que a finales de mes surja un gobierno con pleno mando en el BOE que se empeñe en gobernarnos mucho.

Aun así, no hay por qué preocuparse. Siempre puede aparecer un botarate como el griego Tsipras; pero eso apenas importa en una Europa donde se hace lo que diga la estricta gobernanta Merkel. Mientras tanto, solo queda disfrutar del bajo gobierno que nos ha tocado durante los últimos seis meses. Y que dure, si puede ser.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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