Estoy convencido de que no es más difícil ser amable que ser hosco y que, además, en las consecuencias de ambas antagónicas actitudes, el triunfo de la primera es incuestionable. Por eso en mis artículos he insistido hasta la saciedad en defensa de talantes agradables y conciliadores en las relaciones de personas y de instituciones; algo que lamentablemente y con bastante frecuencia brilla por su ausencia y que, especialmente en debates y negociaciones políticas, nos abruma con una serie de destempladas descalificaciones, incluso bordeando el vituperio, que desembocan inevitablemente en indeseados fracasos que atañen por igual a tirios y troyanos.

No es asumible que el sentido común acepte la ausencia de un trato amable, de un talante apaciguador, sabiendo que, sin ningún género de dudas, se encaminan hacia metas bochornosas, como ejemplariza la reciente demostración de incapacidad de nuestros políticos para formar gobierno. Cara al próximo dictamen de las urnas conviene recordar que negociar no debe ser sinónimo de pelear, sino búsqueda de soluciones en un abanico lo suficientemente amplio para poder acoger diversas posturas, sin que ello implique abogar por claudicaciones, pero sí por una mutua flexibilidad que permita acercar posiciones hasta hallar un punto de encuentro.

No llegar a espacios de entendimiento es un absurdo al que debe negarse la más mínima manifestación de sensatez, para evitar itinerarios condenados a topar con caminos sin salida. Sensu contrario es axiomático que los pactos y acuerdos se fraguan en ambientes amables, cuya fragancia impregna a los participantes predisponiéndoles a aceptar mutuas concesiones que permitan alcanzar un objetivo común.

Estas reflexiones no derraman optimismo, pero ni todo el monte es orégano, ni todas las situaciones se rigen por el mismo baremo, como personalmente vengo comprobando y que me anima a poner una pica en Flandes, como justo y sincero reconocimiento a la excelente calidad de atención del colectivo médico. En la larga experiencia que propicia la longevidad he encontrado siempre una acogida sencillamente excelente, confirmando esta regla una única excepción a la que quiero identificar como un cervantino lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme

Sin embargo, si quiero y debo acordarme del trato que actualmente estoy recibiendo en Povisa por parte de los doctores De la Iglesia, Magdalena y Romero, acompañado sus incuestionables conocimientos profesionales con ingentes dosis de exquisita amabilidad. No pretenden hacer milagros -rol para el que personalmente invoco al Cristo de la Victoria- pero su vocacional forma, casi misionera, de aplicar sus conocimientos hace que la efectividad de los mismos crezca exponencialmente.

Con el deseo de que este encomiable talante se generalice y abarque a cualquier sector de las relaciones humanas, permítaseme que personalice para dejar constancia de mi sincero reconocimiento. Gracias, amabilidad.